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La adaptación en el Valle de Vuelta Larga

Fecha de publicación en Latinclima
Autor: Tali Santos
Región: Suramérica
Tali Santos
Los efectos del cambio climático sobre las actividades agrícolas son un canal de transmisión importante entre el cambio climático y la pobreza, señala un informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
Uso con crédito de autor personal e institucional

“Mi nombre es Nevarino Mera Mera.  Soy nacido y criado aquí en Chamucame Adentro, cantón Santa Ana, provincia de Manabí. Tengo 70 años. Viví fuera durante un tiempo, pero regresé. Tengo más o menos 38 años de retorno aquí y conozco casi al dedillo, como dice la gente de mi tierra, la forma de desenvolverme en nuestro medio”.

Una mañana de domingo, a inicios de este noviembre, Nevarino, su esposa, su hijo Stalin, la esposa de este, otro de sus tres hijos y cuatro de sus nietos forman una cadena de fuerza, destreza e inventiva humana y llenan de tierra compostada bolsitas de plástico negro. Todos tienen la piel sudada, su ropa y calzado tapizados del polvo que surge del proceso en el que están absorbidos con la ayuda de una máquina hecha por ellos mismos.

Es casi mediodía y el sol abraza esta parte del valle de Vuelta Larga, donde se asienta este cantón manabita de la costa ecuatoriana rodeado de cerros de la cordillera central del litoral, que alcanzan los 500 msnm, en un verano en el que los puentes de las vías principales pasan por esteros -como llaman en la costa ecuatoriana a las vertientes- sin agua.

¿Los agricultores de esta zona han sentido que el clima ha cambiado?, ¿cómo son las lluvias?, ¿llueve en los mismos meses que en años anteriores?, ¿más, menos? Nevarino prefiere referirse a lo que él considera lo de fondo ante preguntas como estas: “aquí hay culpables y son las autoridades. Aquí no ha habido autoridad que haga respetar la vegetación, primeramente”, dice achicando aún más sus pequeños ojos de pupilas verdes que iluminan su piel bronceada por el sol acumulado en sus jornadas de “campirano”, como se llama él.

También tiene acumulado el malestar que le han dejado los años como testigo de algo que le pone la piel de gallina: la deforestación.

“¡A Manabí lo deforestaron los ganaderos! Ellos son los primeros contaminadores del ambiente. El ganadero, por ejemplo, tiene una hectárea por cabeza de ganado; más o menos así es la relación.  Entonces, ¿qué pasa si yo tengo 50 cabezas de ganado? ¡Debo tener 50 hectáreas de potrero, pues! Y 50 hectáreas de potrero es una deforestación porque en el invierno son tres meses de, dígase usted, lluvia.  Y de ahí, el pasto otra vez se secó. ¡Un desperdicio!”

El cantón Santa Ana ha estado caracterizado por una geografía cubierta de  bosque seco tropical que se mezcla con vegetación húmeda tropical en unos tramos, según se detalla en el Plan de Desarrollo Territorial de Manabí 2012-2016; y, según un informe de 2010 de la Secretaría de Planificación de Desarrollo y el Instituto Geográfico Militar de Ecuador, es el lugar donde también en las partes más bajas hasta los 300 metros, se encuentran especies de bosque muy seco tropical y monte espinoso tropical.

Es una identificación de ecosistemas en documentos oficiales que no logran transmitir la percepción sensorial que ofrece la realidad física que rodea a los campiranos de Vuelta Larga; un valle de verdes y castaños en forma de árboles, troncos y suelos que se mezclan con las gamas de azules claros y, a veces, grises del cielo. Ahí están el algarrobo que se empina hasta unos 15 metros de altura, de fuste ramificado y copa horizontal globosa de hasta 12 metros de diámetro con sus florcitas crema.  O el beldaco, más espigado, de hasta 20 metros de altura, con su corteza corchosa, grisácesa y fisurada y solitarias flores blancas, grandes, de pétalos carnosos pero, sobre todo, con su fruto en forma de cápsula, café, oscura.     

O, en minoría, arriba, muy arriba, como especies inmensas, visibles a cientos de metros de distancia, como el Ceibo, que alcanza los 40 metros de altura con su  fuste abombado, ramas abundantes y gruesas y de amplia copa rala.   

Y, aparentemente invisibles, avecillas que, con su trinar, rompen el absorbente silencio de Vuelta Larga.      

Pérdida de bosques y de oportunidades

En los tres Chamucame (afuera, medio y adentro) la superficie que no corresponde a asentamientos humanos está ocupada en su mayoría por pastizales (280 hectáreas), seguido de la agricultura (158 ha), también de pequeños bosques de caña guadua (62 ha). Unas cuantas hectáreas (28) la ocupan plantas rastreras y solamente 2 hectáreas corresponden a bosques primarios.

Nevarino dice que se ha opuesto siempre a lo que para él es un sinsentido. Tanto espacio ocupado por la ganadería y los bosques primarios reducidos a la nada.

El estudio Perspectivas de la agricultura y del desarrollo rural en las Américas, 2014, de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) recalca que “la pérdida de la cubierta forestal y la degradación de los bosques sigue siendo relevante en la región, lo que resta oportunidades de desarrollo a las poblaciones rurales”.

El documento detalla que lo ocurrido en América Latina y el Caribe explica en gran medida lo que sucede mundialmente, pues la deforestación en la región durante el período 2005-2010 se estimó en 3,944 mil hectáreas por año, un 70,7% de la pérdida de cubierta de bosques en el mundo. En Sudamérica se registró una pérdida de 3,581 mil hectáreas por año (un 64% del total mundial).

Aquel domingo, las fundas que Nevarino y su familia llenan de tierra van a parar a un vivero de plantas de café. Se trata, explica, de un proyecto del Ministerio de Agricultura que se ejecuta desde el 2015 con semilla certificada, para la reactivación de los cafetales y hacerle frente a la plaga de la roya. “Fantástico el proyecto, pero mal llevado, porque Manabí es diferente a las otras provincias. Manabí es seco y el proyecto lo hacen igual para todos, generalizan todos los proyectos”, se queja este agricultor.

En la página web del Ministerio del Ambiente consta que en 2012 el Proyecto de Adaptación al Cambio Climático a través de una efectiva gobernabilidad del agua en Ecuador incluyó al cantón Santa Ana, especialmente a sus parroquias Chamucame y Tanina, y al cantón 24 de Mayo, con su parroquia Sucre, que en ambos casos aportan con sus aguas a la cuenca alta del río Portoviejo; y que las acciones del proyecto se ejecutaron en 10 comunidades de ambos cantones con una cobertura de 4.834 hectáreas.

Y destacan varios puntos:

  • “Estas 10 comunidades agrupan un total de 19.180 personas que necesitan de los beneficios del proyecto considerando su exposición y sensibilidad a fenómenos adversos del clima. El total de beneficiarios directos; es decir, los que participan directamente en el proyecto y sus actividades es de 826 personas y un total 1.238 personas se les puede considerar como beneficiarios indirectos.
  • El monto total del proyecto es de 200.000 dólares con un aporte del Ministerio del Ambiente del 50% en efectivo, y por parte de la Mancomunidad Centro Sur de Manabí el otro 50% dividido en efectivo y especie.
  • Los principales resultados son el levantamiento de información de las microcuencas intervenidas, la implementación de módulos demostrativos, la capacitación a las comunidades y se ha iniciado el proceso de construcción de reservorios de agua, los mismos que serán manejados por comités de gestión”.

Daniel Cedeño, dirigente del Seguro Social Campesino de Chamucame Adentro, escucha con extrañeza las preguntas sobre qué ha significado para su comunidad participar en este programa que consta en los registros del Ministerio. “El año pasado vinieron de un Ministerio, no sé cual, pero dijeron que era para hacer un proyecto y dijeron que toda el agua debe ser (tomada) de pendiente y que había que pagarla. Uno hace el sacrificio y ellos quieren cobrar”.

Datos de papel

Stalin Mera, uno de los hijos de Nevarino, es ingeniero agrónomo y refiere que muchas veces lo que pasa con este tipo de proyectos es que se entregan plantas a la comunidad y hasta ahí llegan los programas.

“Yo hice un trabajo en la parroquia Súa, en el cantón Atacames, en la provincia de Esmeraldas (noroeste del país) y ahí la Junta Parroquial entregó entre 100 y 200 plantas a cada productor, y ahí quedaron las plantas.  Los campesinos querían, inclusive, que el ministerio les pagara el día de trabajo, que les pagara los gastos de la siembra, porque no hay capacitación. Pero ahí hay otro problema, porque se dice que ya se entregaron esas plantas a esa comunidad y eso aparece en las estadísticas: ‘tantas hectáreas han sido reforestadas’, pero eso es en el papel”.

Nevarino interrumpe a su hijo y acota: “el problema es que no toman en cuenta al verdadero productor, sino que arriba, de lo alto, viene la orden. Ta ta ta y hágase señor su voluntad”.

Santa Ana es mencionada como una de las comunidades beneficiadas por varios programas para la adaptación al cambio climático en Ecuador, tanto del gobierno central como del cantonal, la mayoría auspiciados por organismos no gubernamentales, agencias gubernamentales de países desarrollados u organismos multilaterales de desarrollo, según se anuncian en informes y boletines. En la mayoría de estos reportes constan referencias sobre talleres de capacitación y se muestran fotos de alcaldes, subsecretarios y funcionarios públicos.

Otros agricultores de la región también expresan desconocimiento sobre otros programas y proyectos gubernamentales que, supuestamente, los benefician.  

La tesis de grado de Roxana Pérez y David Villacís, para la obtención de su título como ingenieros en  Comercio y Finanzas Internacionales de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, con el tema Análisis del Proyecto de Reactivación de la Caficultura Ecuatoriana en Manabí durante el periodo 2011 y 2015, recoge la opinión de varios actores de la actividad caficultora en esta zona.  Uno de ellos, el agricultor José Macías, ante la pregunta: “¿Usted conoce el proyecto del Magap (Ministerio de Agricultura y Ganadería)?, responde: “no realmente, porque no hay una capacitación real ni información alguna”.

Estimaciones que se establecen en la Estrategia Nacional de Cambio Climático de Ecuador señalan que los pequeños y medianos agricultores representan el 95% de las unidades productivas agrícolas del país. Y que la agricultura constituye una de las principales fuentes de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) en Ecuador, pues pasaron de aproximadamente 159 millones de toneladas de carbono en 1990 a 210 millones de toneladas de CO2 en 2006, un incremento del 24% en 16 años.

Y se detalla que los principales GEI emitidos son el óxido de carbono, el metano y el óxido nitroso.  Este último, proveniente de la fertilización artificial de la tierra, de las fuentes fijas y móviles de combustión de materiales de origen fósil y de la descomposición de estiércol de aves y ganado.

Daniel Cedeño se dedica a cultivar maíz, arroz, café, “todo lo que es agricultura”, dice él.  El tiene un par de hectáreas, la parte que le tocó recibir como herencia de su padre repartida entre 10 hermanos. Como dirigente de la Asociación de afiliados al Seguro Social Campesino conoce por lo que pasan los 214 miembros de su organización.

Él y otros pequeños agricultores toman agua de las pendientes que hay en lo alto y usan extensas mangueras. Sus cultivos se mantienen básicamente con el agua de lluvia, pero las lluvias ya no son como antes.

Clima que cambia

“El clima está muy cambiado. Esta semana, por ejemplo, es verano y ha hecho calor hartísimo, pero la anterior estuvo fresca… es variado, el clima ya no es… es un clima loco. Antes llovía unos seis meses, empezaba a finales de diciembre y llovía hasta junio, ahora el invierno es de enero a marzo o abril, a veces llega a mayo…”, comenta este agricultor que, aunque durante ciertos días va a las ciudades grandes de su provincia a buscar trabajo como albañil, no quiere migrar porque a él le gusta la tranquilidad de su pueblo.

“Antes sí había agua, pero por aquí no hay ríos, esterito nomás. Esterito, en el que antes había agua hasta mayo, junio, ahora ya no. Usted viera lo reseco que está todo”.

Daniel opta por sembrar papaya, naranja, algo de plátano.  Sembríos que se mantienen con la poca agua disponible de las cada vez más escasas lluvias. “Para qué sembrar más, si no hay agua, sería un desperdicio”.

A él le gustaría contar con un pozo, pero “todo es pagado”, no tiene para financiar la compra de una bomba, por ejemplo. Necesitaría unos 5 mil dólares y eso es impensable para su economía que linda con la de aquellos que por sus ingresos son considerados pobres en las estadísticas oficiales.

“A veces hay días que sale un trabajo, a veces por aquí mismo sí hay para trabajar, en la tierra, pero no hay plata, los dueños de tierra tampoco tienen plata para pagar; si tienen para tres días, no tienen para más”.

Los hijos de Daniel “ya están grandes”. Y se van a trabajar al pueblo, “porque aquí del ciento por ciento que vivía en el campo ya no vive ni el 30, se van a buscar otro método para vivir, lo que hay solo es para mantenerse”.

Uno de los hijos de Daniel trabaja en Manta (puerto marítimo de la provincia), es ayudante en una lavadora de autos.  Una de sus hijas estudió secundaria, pero, dice, no puede acceder a la universidad. “Es un problema ahorita, ahí solo (entra) el que tiene padrino. Muere moro si no hay bautizo”.

Daniel ha perdido la esperanza en los recursos que puede obtener de otra parte de su propiedad, en la parte alta.

“Para arriba tenemos más, pero son cosas que, ¿cómo le puedo decir?, uno no lo ocupa; porque, para qué se mete a desmontar, ¿y si el invierno es malo? O sea, nadie a uno le garantiza que si no hay cosecha lo que pierda no lo paga uno. Imagine si usted invierte mil dólares, pierde esos mil dólares; entonces, para perder yo no trabajo. Por eso yo trabajo afuera, haciendo lo que me pidan, en ebanistería, sacando madera”.

José Luis Samaniego, director de Desarrollo Sostenible y Asentamientos Humanos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), señaló en el marco del I Curso de Adaptación al Cambio Climático organizado por LatinClima y dirigido para periodistas de la región, que el principal problema en la agricultura es “que uno no sabe cuándo está viviendo en un contexto de variabilidad climática simplemente, o cuándo esa anormalidad climática se corrió y ahora estás en una media distinta a lo que se tenía anteriormente”.  

“Tú vas observando simplemente, o más calor o pérdida de frío, pero es difícil establecer cuándo ya cambió y estás en una nueva normalidad. Y eso te puede llevar a medidas de adaptación que, normalmente, son eficientes”, recalca.

Nevarino le apuesta al café. Tiene en su vivero 40 mil plantas y ya lleva dos siembras para 30 hectáreas. “Ahorita está llenito de botón, nosotros llamamos café en botón antes de la floración, así, a lo montubio, a lo rústico. Si a ese botoncito le cae un aguacero bueno se crece, se desarrolla, pero si le falta agua y no alcanza a abrir, por encima se madura y usted remece la mata y se va todo al piso, se pierde todita la cosecha de ese año. Pero si caen tres aguaceros seguidos es una cosecha fantástica. Ese es el riesgo que se corre con la caficultura”.

Pero esta apuesta de Nevarino y su familia, considera su hijo Stalin, es un trabajo aislado, no es parte de un programa, de un sistema de gobierno. Cuando su padre compró la finca que era de su abuelo, la mitad eran pastizales.  “Ahora ya vemos un bosque porque mi papá eliminó esos potreros y todo el bosque de esa montaña, en la parte alta, se recuperó”.

Servicios ambientales

La propuesta de Severino es “meter café en el bosque para generar más oxígeno”. Cree que se debería subsidiar la siembra de café, no tanto por el valor de la producción en sí, sino por el árbol que lo está protegiendo. “La idea sería que con esos fondos no reembolsables, dedicados a la reforestación, comprásemos café, sobraría dinero, porque se recupera al menos el 50% de lo no reembolsable; inclusive, así el café se queme, porque el café no sería el objetivo, sino el árbol, el bosque que se va a crear, el microclima que se va a crear. Esa es la idea”.

El informe de la Comisión Forestal para América Latina y el Caribe, reunida en Lima en noviembre de 2015, denominado “El desarrollo sostenible y la innovación rural en América Latina y el Caribe” reconoce la importancia de los servicios ambientales a los que se refiere Nevarino: “La conservación de los bosques y el manejo forestal sustentable constituyen una importante oportunidad de desarrollo para los agricultores familiares de la región de ALC. Los bosques y árboles que existen en las propiedades agrícolas constituyen un elemento fundamental para la subsistencia de la población rural, por los bienes y servicios que estos proveen”.

Nevarino reniega: “a nosotros, como quien dice, nadie nos hace eco. No nos escuchan a nosotros los campiranos.  Por qué no invitan al agricultor antes de esas reuniones que hacen las autoridades. Por ejemplo, hubo un proyecto del Ministerio de Agricultura para construir  una albarrada el año pasado y yo me inscribí, hice la solicitud. Pero de ahí no pasó nada más”.   

El problema, dice, es que la gente empieza nuevamente a migrar, ante la falta de trabajo. “Por eso yo le digo que aquí hay culpables. Por ejemplo, el Ministerio de Vivienda ofrecía 5 mil dólares para la vivienda y aquí mismo mucha gente vendió su chacrita para irse a Manta, a los suburbios. Pero mírenos, esta es una minga familiar, porque no hay con quien trabajar a veces. Por qué diablos dejaron el campo abandonado. Por esa idea de los 5 mil dólares para una casa que daba el gobierno, ¿por qué mejor no dio mil dolaritos  a cinco agricultores y les ayudó a hacer un pozo barrenado, para que así puedan regar media hectárea o una hectárea.  Si hay agua, aquí se puede hacer lo que quiera”.

Stalin acota al planteamiento de su padre que el problema agropecuario no es de ahora. Y se hace importante por la cantidad de personas que dependen de la actividad, no tanto porque sea rentable económicamente. Por eso la gente se va, porque no hay una seguridad ni políticas claras”.

Riesgo de pobreza

El informe La economía del cambio climático en América Latina y el Caribe. Paradojas y desafíos del desarrollo sostenible, publicado por Cepal en 2015, hace una advertencia: “Los efectos del cambio climático sobre las actividades agrícolas son un canal de transmisión importante entre el cambio climático y la pobreza”.

En la tesis de grado de Roxana Pérez y David Villacís, que analiza la ejecución del proyecto en el sector cafetalero, se señala que “las semillas entregadas por el Magap en el 2012 no fueron experimentadas a los diversos cambios climáticos del Ecuador, afectando dramáticamente a las plantaciones, a tal punto que los sembríos se perdieron en gran medida”. Esto, dicen los autores, provocó desconfianza por parte de los agricultores en el proyecto de reactivación y muchos campos han quedado sin cultivos.  Actualmente, las personas de avanzada edad son las que se mantienen en la zona, dado que los campesinos y agricultores más jóvenes han migrado a las ciudades”.                                                  

Jorge Meza, Oficial Forestal Principal de la oficina de la FAO para América Latina, también en el Marco del I Curso de Adaptación al Cambio Climático para periodistas de la región, refiere que la Cepal ha advertido que si no hay un proceso de adaptación en el corto plazo los riesgos podrían llegar a ser en el mediano plazo significativos: 2,2% del PIB para 2030. Y estos, recalca, “no están solo asociados a seguridad alimentaria, sino también a la sobrevivencia de la población”.

Samaniego advierte que los costos “de no hacer, de la inercia” frente al cambio climático van aumentado. Refiere que el costo de los efectos del cambio climático para la región varían según proyecciones entre el 1% y el 4% del PIB, mientras que los costos de adaptación se aproximan, en el caso más caro, a medio punto del PIB anual regional y, en el menos caro, al 0,3%. Es decir, que el costo de asegurarnos es diez veces menor”, recalca.

En Ecuador, el 27,4% de la Población Ocupada estaba en la actividad agrícola en 2012. Y la participación del sector agropecuario en el PIB total anual, en 2013 fue de 8,6%, según el Informe de la Economía del Cambio Climático de América Latina y el Caribe.

Nevarino dice que el problema en Ecuador es que se hacen muchos informes, se escriben muchas cosas en el papel, se hacen muchas estadísticas, pero hay que cotejarlas con la realidad.

 

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