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El cambio climático y el problema del balcón al mar: el crecimiento del océano destruye casas y disminuye las playas del este
Debat se enteró de que lo peor del ciclón iba a ocurrir en Maldonado y Rocha y decidió ir a ver con sus propios ojos lo que podía pasar. El agua venía subiendo desde el mediodía y las ráfagas de viento se hacían sentir en todo Aguas Dulces. Cuando llegó, las cartas ya estaban echadas: sacó los muebles de su casa, junto con algunos vecinos, y se sentó en el auto a esperar que el destino hiciera lo suyo. Ya era de noche. El médico, un veraneante de toda la vida del balneario, vio entonces cómo el mar se tragaba su casa. Primero el deck, luego el techo, las paredes, las ventanas y las puertas. Un devenir irreversible. Una demostración de potencia frente a sus ojos.
Yakecan se llevó otras tres casas en Aguas Dulces y destruyó parcialmente una decena. Fue menos voraz que el ciclón de 2016, cuando 24 hogares quedaron reducidos a escombros, pero volvió a poner en peligro a un pueblo que desde hace años vive con la angustia de saber que le puede tocar en cualquier momento.
Consecuencia del cambio climático, el mar viene comiéndose la playa año a año. Los más viejos dicen que ya se llevó cinco hileras de casas. Las fotos antiguas muestran ranchos que fueron construidos detrás de dunas que ya no están. Primero se fue la arena y después las casas.
Es sábado al mediodía, pasaron cuatro días desde el ciclón, y el mar recién ahora comienza a dar paso. Vuelve la arena. El sol se siente fuerte y los pobladores aprovechan el buen tiempo para abrir los ranchos. El olor del encierro, el agua estancada, la humedad y el salitre se mezclan. Corre viento. Se puede caminar por la costa.
Entre los escombros, Federico Garibaldi aprovecha para serruchar unas maderas para volver a hacer el techo. “El precio de tener el balcón en el Atlántico”, dice y mira el océano, que se muestra manso, inofensivo.
Estuvo bravo.
Su casa es de las que sufrió daños: el temporal le destrozó la cocina, pero los arquitectos de la intendencia que evaluaron el riesgo le permitieron volver a arreglarla porque vive todo el año.
El mar comenzó a pegar contra las piedras después del mediodía, pero se embraveció con la salida de la luna. Ciclón con vientos del suroeste y luna llena. “El combo perfecto”, en palabras de José. El veterano no sabe la hora pero tiene un registro más preciso: cuando Pablo Ceppellini erró el penal contra Cerro Porteño. Las ocho y media de la noche. Abandonó la tele, se fue a escuchar la canción del viento y ver un espectáculo que asustaba aún más.
En Aguas Dulces, el 60% de las casas están construidas sobre la franja costera. Un rancho al lado del otro señalizados por números y sin definición de dónde termina un padrón y empieza el otro. “Veintidós pasos”, se lee en uno de ellos. El chapuzón cerca. La referencia ineludible al mar.
Garibaldi repite los movimientos que tuvo que hacer esa noche para evitar que el océano tragara algo más que su cocina. Muestra los restos de una escalera de madera que funcionaba como bajada para quienes no están a veintidós pasos. Dice que fue lo primero que se destruyó. Se para en el balcón, toma una piedra y la sube. Las olas pasaban por encima del techo. Recula, observa el mar y vuelve a subir otra piedra. Así durante horas.
En los últimos años, ante el crecimiento del océano, los vecinos comenzaron a poner contenciones bajo las casas: piedras, bolsas con escombros y retenes de madera que, de todas formas, terminan siendo insuficientes ante los eventos extremos como el ciclón subtropical del martes 17.
El pueblo estuvo en vilo hasta las dos y media de la madrugada, cuando la marea comenzó a bajar y los vientos amainaron, aunque algunos ya no pudieron dormir.
Tampoco pudieron hacerlo los vecinos de Valizas, un pueblo menos poblado pero que sufrió consecuencias similares: Yakecan destruyó cinco casas y afectó a otras dos en la zona del arroyo.
Este balneario tiene más playa, los ranchos están más alejados del mar, pero fueron construidos sobre la arena, en el suelo, por lo que no tienen contención. De hecho, las casas que están más cerca y que no sufrieron consecuencias son las de palafito, una vieja técnica de construcción que fue abandonada con el paso del tiempo pero que era común ver también en Aguas Dulces.
Una de ellas es la de Maidana, oriundo de Castillos —como la mayoría de los pobladores—, y que bromea con venderla. Es una construcción de madera ubicada en el extremo izquierdo de la playa, con algunas ventanas tapiadas pero que sigue gozando de una panorámica vista del Atlántico. Si bien pensó en quedarse, el aumento del mar y las olas que saltaban por las rocas hasta superar los techos lo hizo desistir. “Es un susto terrible, aunque sabía que la casa iba a aguantar”, dice.
Más allá del crecimiento del océano, los balnearios sufren las consecuencias de un desarrollo sin una planificación territorial adecuada, y que se ha transformado en un dolor de cabeza para las autoridades.
El actual intendente de Rocha, Alejo Umpiérrez, ha hecho del ordenamiento territorial una “cuestión de Estado” promoviendo la demolición de viviendas irregulares en el marco de un plan contra las ocupaciones de los terrenos costeros. Su director de Jurídica, Humberto Alfaro, señaló en la Junta Departamental que en este período prevén unas 150 demoliciones en los 170 kilómetros de costa.
Una amenaza cada vez mayor
La combinación de construcciones irregulares con los efectos del cambio climático también viene ocupando buena parte de la agenda de los técnicos uruguayos. Tras varios años de trabajo, en noviembre del año pasado y en el marco de la conferencia sobre cambio climático (COP 21) en Glasgow, Escocia, el Ministerio de Ambiente dio a conocer el Plan nacional de adaptación para la zona costera ante la variabilidad y el cambio climático (NAP-Costas).
Es un trabajo amplio y profundo con un diagnóstico acerca de la situación costera y las perspectivas a mediano plazo a partir de lo que se sabe: que en Uruguay habrá cada vez más ciclones cerca de la playa y lluvias más intensas particularmente en verano y otoño.
Las previsiones obedecen a razones ambientales pero también económicas: los balnearios costeros y las playas representan un 59% del turismo, una de las fuentes principales de ingresos de Uruguay.
El documento señala que en la costa —desde Colonia hasta la Barra del Chuy— se tomaron “muchas decisiones” de construcción y ubicación “sin tener en cuenta el clima futuro”. Debido a esta razón, existe una “vulnerabilidad considerable” en los bienes costeros a los impactos del cambio climático. “Es un desafío emergente diseñar iniciativas que aborden explícitamente el problema”, plantea.
Los impactos se observan en el crecimiento del nivel del mar, la erosión de la arena de las playas y la pérdida de orilla a lo largo de toda la costa del Río de la Plata y el océano Atlántico. “El aumento del nivel del mar y la posibilidad de tormentas más fuertes representan una amenaza cada vez mayor para las ciudades costeras, las comunidades residenciales, las playas, los humedales y los ecosistemas”, menciona.
En los últimos años, producto de mareas altas con grandes olas de tormenta, el mar creció tres metros por encima de su nivel normal. El funcionamiento es el siguiente: una vez que sube, demora varios días en bajar, pero nunca vuelve al mismo lugar. Siempre avanza.
Por tener gran parte de su población en la costa, los gobiernos más afectados serán los de Colonia, Canelones, San José y Montevideo. A su vez, el tramo de costa de Maldonado es donde se esperan los mayores daños por los efectos del cambio climático. Rocha no integra la lista, debido a que sus ciudades más afectadas son balnearios con poblaciones pequeñas. Pese a esto, es el departamento con “mayor porcentaje de áreas rurales y espacios de playas”, lo que lo convierte en un “área natural especial”.
Tomando como base un “escenario pesimista”, pronostican que las orillas de todas las playas del país retrocederán 5 metros en los próximos 30 años y plantean que para finales del siglo XXI algunas perderán hasta 20 metros de costa, especialmente las que tienen “arena fina y mayor profundidad cercana”.
Los técnicos identificaron a Rocha como el departamento que más viene sufriendo la erosión de la arena con un área actual de 700 hectáreas perdidas, y proyectaron que a fines del siglo XXI se alcancen las 850 hectáreas.
El trabajo agrega que un tercio de la costa atlántica (desde Punta del Este hasta Barra del Chuy) está “sujeta a erosión”, particularmente durante eventos extremos como “tormentas causadas por la acción del viento y las olas”. A su vez, destaca que 191 kilómetros de la costa del Río de la Plata (de Nueva Palmira a Punta del Este) presentan algún tipo de proceso de erosión costera, que se manifiesta en acantilados activos, barrancos, cabos y plataformas.
El daño anual derivado de la erosión se estima que es de aproximadamente US$ 45,5 millones en la actualidad, un valor que se incrementará en aproximadamente un 25% a fines del siglo XXI. Los gobiernos locales con mayor daño anual son Montevideo (US$ 18 millones) y Maldonado (US$ 14 millones).
El trabajo estimó que el precio de un terreno amenazado por la erosión costera puede verse afectado hasta en un 58% de su valor, pero puso el acento en una situación particular: el caso de La Floresta, en Canelones, donde la erosión “afecta el área tan profundamente que las transacciones inmobiliarias se han detenido por completo”.
Este artículo fue ganador en el concurso de historias periodísticas: Cambio climático: la agenda impostergable, impulsado por el Ministerio de Ambiente de Uruguay y la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional, en el marco del Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático, LatinClima y AECID. Fue publicado en la edición número 2.175 del semanario Búsqueda (del 25 al 31 de mayo de 2022).