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El turismo frente al cambio climático
Pocas actividades económicas son tan dependientes del clima como el turismo. La mayoría de actividades turísticas se desarrollan al aire libre, por lo que contar con condiciones meteorológicas favorables es esencial para la satisfacción de los visitantes y el éxito de cualquier destino turístico.
El 2017 fue declarado por las Naciones Unidas como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. Para la Secretaría de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, esto significa “una gran oportunidad para analizar cómo el turismo se ve afectado por el cambio climático, para avanzar en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes del sector y para aumentar los esfuerzos de adaptación frente a los impactos inevitables que ya está causando el calentamiento global”.
Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), el turismo es una fuente primordial de ingresos de divisas en 46 de los 50 países menos adelantados del mundo. También tiene un enorme potencial para generar empleo y sacar a comunidades de la pobreza. Cada año, más de mil millones de turistas viajan por todo el mundo generando empleos y recursos para millones de personas tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo.
Sin embargo, el sector turístico también es un emisor importante de gases de efecto invernadero, ya que se estima que responsable de aproximadamente el 5% de las emisiones globales. Según la OMT, la huella de carbono de los establecimientos hoteleros supone el 20% del total, incluyendo calefacción y aire acondicionado, refrigeración de bares, restaurantes y climatización de piscinas.
Como es de esperarse, el transporte por motivos turísticos es el que genera el mayor porcentaje de emisiones del sector: un 75% del total.
Una iniciativa de las Naciones Unidas está ayudando a los viajeros a compensar las emisiones provocadas en sus desplazamientos mediante la compra de certificados de reducción de emisiones con Climate Neutral Now. Esta iniciativa colabora con los sectores relacionados con el turismo ayudándoles a medir, reducir y compensar sus emisiones.
La industria de la aviación también está dando pasos. Se estima que no son suficientes, pero son un signo de cambio. Se calcula que la aviación civil es responsable del 2% de las emisiones globales de dióxido de carbono y, si fuera un país, sería el sétimo con las mayores emisiones, apenas por debajo de Alemania.
Este sector acordó poner en marcha desde 2021 un mecanismo de limitación de las emisiones de gases de efecto invernadero con respecto a los niveles que se registren en 2020, pese al esperado crecimiento del tráfico aéreo. Esto, mediante el desarrollo de los biocarburantes y motores de menor consumo, así como la compra de créditos de carbono.
Unos 64 países que en conjunto representan más del 85 por ciento de las emisiones totales ya dieron su visto bueno para participar desde el 2021 en la fase experimental que en el 2027 pasará a ser obligatoria. Solo estarán exentos los países más pobres que representen menos del 0,5% del tráfico mundial de pasajeros.
El reto de la adaptación
Pero el sector turístico no solo emite. También es uno de los más vulnerables al cambio climático. El clima determina la duración y calidad de las temporadas turísticas e influye directamente en la elección de los destinos y el gasto turístico.
El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha señalado que es probable que el cambio climático provoque un aumento de las temperaturas máximas, mayor intensidad de las tormentas tropicales, más precipitaciones intensas y sequías más prolongadas y más graves en muchas zonas del planeta.
La OMT considera que los destinos insulares, costeros y de montaña son especialmente sensibles a los cambios ambientales provocados por el clima, pues definen nichos de mercado turístico que giran en torno a la naturaleza.
Estos tipos de atractivos forman parte integral de la oferta turística de muchos países latinoamericanos y son muy vulnerables a aspectos como las variaciones en la disponibilidad de agua, la pérdida de biodiversidad, la degradación del paisaje, las alteraciones en la producción agrícola (el caso, por ejemplo, del turismo basado en actividades como el café), la erosión e inundación de las zonas costeras, los daños en la infraestructura y una mayor incidencia de enfermedades transmitidas por vectores.
Todo esto hace que el sector turismo deba pensar para su misma supervivencia no solo en disminuir sus emisiones y contribuir, así, al Acuerdo de París, sino también en adaptarse.
Un ejemplo de adaptación es el proyecto de cooperación triangular que se desarrolla entre el Ministerio de Turismo (MINTUR) y la Dirección de Cambio Climático del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA) de Uruguay, el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) de Costa Rica y la Cooperación Española para el Desarrollo (AECID).
El objetivo es intercambiar experiencias en el campo de la certificación de sostenibilidad turística de Costa Rica y la adaptación costera al cambio climático de Uruguay. Medidas de adaptación al cambio climático serían incorporadas al Programa Bandera Azul Ecológica de playas, una de las categorías que miden la calidad ambiental en el caso costarricense. Este país ya está viviendo casos de erosión costera debido al aumento en el nivel del mar tanto en el Pacífico como en el Caribe.
Es de esperarse que una mayor consciencia sobre los impactos ambientales que puede generar el sector turismo y que ha llevado a la corriente de sostenibilidad en la industria, impulse no solo la reducción de emisiones sino también la adaptación a los inminentes impactos del cambio climático. Ambos están ligados.
Si el clima está cambiando, el turismo también lo debe hacer. Solo así podrá garantizar dos de sus objetivos más importantes: la seguridad del viajero y la satisfacción de su experiencia.