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Energías del sol y el viento mejoran la vida de los Wayúu
La última vez que el cielo de La Guajira les envió agua a los indígenas Wayúu fue el 18 de agosto de 2018. La profesora Patricia García Epieyú lo recuerda muy bien. ¡Cómo olvidarlo si transcurrieron trece meses para que de nuevo un aguacero cayera sobre este departamento colombiano!
Fue el 23 de septiembre de 2019 que regresó la lluvia tardía. Explica la docente que esta disminución de las precipitaciones se viene incrementando desde el 2011 por causa del cambio climático, el cual da espacio a periodos más secos. Por esta razón, ya no recogen la misma cantidad de agua en los jagüeyes, aquellos lagos artificiales en los que tradicionalmente almacenan la esquiva lluvia. De estos depósitos han extraído el agua para todos los usos, incluso para preparar los alimentos, aunque esté embarrada y represente un riesgo para la salud.
A futuro, dichos reservorios tienden a estar más vacíos, teniendo en cuenta que el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM), reporta que a finales de siglo en esta zona se reducirán las precipitaciones hasta en un 40% debido a la crisis climática. Aunque la problemática de esta península, la más septentrional de Colombia y de Sudamérica, se presenta en otras partes del mundo, allí las sequías son aún más críticas, porque el 80% del suelo es árido y los recursos hídricos les han sido esquivos a sus pobladores desde tiempos inmemoriales.
La profesora Patricia García (de negro) explica que por años los Wayúu han retenido el agua lluvia en jagüeyes (lagos) para consumo, aunque en ocasiones esté turbia. Foto: María Teresa Arboleda Grajales.
A pesar de que los rodea un mundo de agua, esta es salada. El mar Caribe los limita al norte, al oriente y al occidente. Venezuela es su vecina por el noreste.
Es tal la necesidad, que cuando la profesora Patricia dice en su idioma wayuunaiki: “Anayashii wayaa nutumaa kaikai sauu napuin wuin wanepia wamuin (“Gracias a la energía limpia recibimos agua a diario”), más bien parece que diera fe de un milagro. Y sí que lo es, porque Maleiwa (Dios creador) hace brotar manantiales de lo profundo del desierto y para obtener el agua ellos cavan pozos, como el que se encuentra en la ranchería Kasumana, en el municipio de Maicao, donde habita esta lideresa Wayúu.
Una ranchería es un vecindario donde tienen su propio cementerio y, en algunos casos, un colegio y un jardín infantil. También una enramada para reunirse y atender a los visitantes. Las casas de barro y madera de yotojoro (corteza del cactus) están dispersas y son ocupadas por varias personas de un mismo apellido (clan). Duermen en chinchorros que cuelgan del techo de sus cuartos. En estas hamacas, el pueblo Wayúu procrea, nace y muere.
Con 396.234 habitantes concentrados principalmente en La Guajira, esta etnia es la más grande de las 114 que tiene Colombia y también la que mejor conserva sus leyes, cultura e idioma. El 89,1% de la población habla su dialecto nativo. Entre sus costumbres figura el ‘encierro’, que consiste en aislar a las niñas durante varios meses cuando tienen su primera menstruación para adiestrarlas en labores del tejido, valores y otros conocimientos necesarios para su vida adulta. Baños de luna, riegos y corte de cabello, son usuales en esta ceremonia.
Así lo explica Patricia, quien se devuelve en el tiempo para recordar que, hace años, para extraer el Wüin (agua) “teníamos que dejar caer baldes por los 40 metros de profundidad del pozo para luego subirlos con lazos. Era una jornada tediosa que empezaba a las dos de la madrugada y terminaba a las 11 de la noche, porque del aljibe dependen 17 rancherías”.
Pero, ¿qué podían hacer?, si los molinos de viento que en 1950 les donó el Gobierno para extraer el agua estaban dañados y, al no poder pagar su reparación, tuvieron que abandonarlos.
Mientras eso ocurría, la Fundación Cerrejón Guajira Indígena (FCGI) acudía al Programa de Energía Limpia para Colombia (CCEP, por sus siglas en inglés), que perteneció a la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). La idea era que juntos desarrollaran aplicaciones de energía renovable en poblaciones rurales donde trabajaba dicha fundación.
Fue así como escogieron a 38 comunidades de los municipios de Uribia, Maicao y Manaure, que habían sido las más afectadas durante una sequía en 2014.
Entre el CCEP y la FCGI financiaron los proyectos, en tanto que los Wayúu se comprometieron a compartir el agua con quienes la necesitaran; algo que en ellos es genuino, pues tienen una visión colectiva y social que gira en torno de la solidaridad.
Las familias de la ranchería Jaturruy, en Maicao, claman porque les arreglen el pozo que se tapó con tierra, pues este es un trabajo solo para expertos. Foto: María Teresa Arboleda Grajales.
El sol que provee el agua
Recurrieron, entonces, a dos tecnologías. En 19 rancherías implementaron bombas solares que suben el agua a tanques elevados y la dispensan por grifos para consumo doméstico y cosechas. También para rebaños, pues a los Wayúu les entristece no poder dar de beber a su ganado, que representa su patrimonio e incluye entre uno y tres animales per cápita. Además de vacas y ovejas, abundan los chivos (caprinos), de los que aprovechan la carne y la leche; asimismo, los venden o canjean por productos.
Gracias a las bombas sumergibles, las madrugadas y la fatiga quedaron atrás en Kasumana. Ahora llegan desde Rirritana, Campo Florido, Chokosumana y 14 poblados más cargando vasijas sobre bicicletas, motocicletas y carretillas; también, a lomo de asnos (burros), después de que calman la sed en los abrevaderos.
En las restantes 19 veredas se utilizaron 'bici-bombas', en las que internamente un lazo succiona el agua a la superficie empleando una bicicleta estática o dos manivelas, en el caso de que las mujeres, por sus túnicas largas (manta guajira o wayuushein), no quieran pedalear.
Respecto de la posibilidad de elegir una u otra opción, José Eddy Torres -exdirector del CCEP- asegura que “los técnicos debemos amoldarnos al usuario y no viceversa, así aseguramos más aceptación social”.
La idea de la ‘bici’ nació porque los Wayúu disfrutan de montar en este vehículo y, aunque al principio les pareció curiosa la estrategia, pronto comprobaron que estas bombas, populares en Asia y Nicaragua, ahorran tiempo y son fáciles de manejar.
Pedaleando sobre una bicicleta estática, indígenas de la comunidad de Mulamana, en Maicao, extraen agua de un pozo artesanal. Estas bicibombas son muy usadas en La Guajira porque ahorran tiempo y son fáciles de usar. Foto: USAID - Programa de Energía Limpia para Colombia.
En otras veredas se instaló riego por goteo para que los campesinos pudieran arar en el desierto maíz, ahuyama, frijol, limón y melón. Ahora cultivan no dos cosechas al año, como antes, sino cuatro.
Promover la agricultura en esas tierras desérticas es vital; porque, como sucede en otros lugares del mundo, en La Guajira siguen muriendo niños por desnutrición. En muchas cocinas solo hay maíz y a veces leche de cabra para preparar una mazamorra como única comida del día.
Todo esto ocurre en medio de la riqueza natural de este turístico departamento, que tiene yacimientos de gas y una de las minas de carbón más grandes del mundo, como lo es El Cerrejón. Además, posee montañas de sal marina en Manaure, donde las azules aguas del Caribe entran al desierto formando un paraje excepcional. Otros destinos que cautivan son el Cabo de La Vela y Punta Gallinas.
Dada la escasez de alimentos básicos, uno de los desafíos de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es poner fin al hambre al 2030, así como alcanzar la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible. Para lograrlo, es clave contar con agua potable, segura y asequible, así como realizar inversiones en infraestructura, proporcionar instalaciones sanitarias y fomentar prácticas de higiene; desafíos para los cuales la energía limpia es un importante aliado, y de allí la urgencia de duplicar su uso.
Es una meta que no podrán lograr solos estos campesinos que viven principalmente del pastoreo y del comercio de ganado caprino y vacuno.
De momento, lo que sí se avecina en esta región son más de 60 proyectos comerciales de energía eólica a cargo de varias multinacionales. Tal cantidad obedece a que esta es una potencia energética adonde llegan los alisios del nordeste y otras corrientes del este y del norte, que permiten que todo el año se registren, a 10 metros del suelo, velocidades superiores a los 9 metros por segundo (m/s).
Dicha infraestructura pasará sobre tierras indígenas, ante lo cual Ismael Alberto Palmar López, de la ranchería Campo Florido, asegura que “estos proyectos son interesantes, pero lo malo es que es difícil que lleguemos a disfrutarlos”.
Y es que resulta paradójico que sobre sus predios pase la energía que lleva progreso y luz a otras latitudes, mientras que sus modestas viviendas continúan a oscuras. Sin embargo, Palmar sostiene que “todo depende de cómo se traten las negociaciones con las empresas y a qué punto lleguemos”.
Este salón del Internado de Siapana en la Serranía del Perijá, sirve de comedor y sala de tareas nocturnas gracias a la iluminación con energía fotovoltaica. Foto: Jose Eddy Torres.
Con vestidos largos y coloridos, las mujeres llevan tobilleras que suenan al ritmo de tambores, en tanto que los hombres usan guayuco, un pedazo de tela sujetada a la cintura, más larga adelante para cubrir la parte genital.
Para la rectora del Internado, Fanny Yineth Zamudio, este proyecto de USAID mejoró la calidad de vida de los estudiantes, que hoy pueden conservar sus alimentos en refrigeradores. Antes, había que consumir la carne muy rápido para que no se dañara.
Otros estudiantes que vieron la luz fueron más de 3.000 de escuelas de cinco poblados de Uribia y Maicao, así como 140 campesinos cafeteros de la Serranía de Perijá, solo por mencionar los proyectos del CCEP en La Guajira.
Como ocurre cuando se ‘estrena’ energía limpia, las familias se beneficiaron de diversas maneras, tal como indica el docente de la Escuela Kasumana, Brayan Pacheco García. “Hoy en día programamos reuniones en horario nocturno, así como tareas y nivelaciones de los estudiantes”. En estas tierras donde no solía llegar la modernidad, también aparecieron nuevas formas de aprender por medio de videos y herramientas que propicia la tecnología. “Trabajamos en las tablets, algo que antes no se podía por falta de energía”, precisa Brayan, estudiante de ingeniería de sistemas.
Destaca, además, “la facilidad de buscar el agua, pues ahora la obtenemos en cuestión de minutos gracias a las bombas sumergibles”.
Otras beneficiadas son las mujeres, que hoy tejen sus mochilas bajo la luz de las bombillas. Pocos turistas se resisten a comprarles estas obras de arte.
Por otro lado, gracias a estas tecnologías fotovoltaicas se cuida la salud de las personas y del medio ambiente. Aunque el agua que consumen no es potable, lo cierto es que ya no se exponen a infecciones como en los tiempos en que las vasijas entraban y salían de los pozos sin medidas de higiene.
Transcurridos cinco años de estas ejecuciones en las 38 aldeas, se evidencia la sostenibilidad de estas iniciativas. Una de las claves, advierte Torres, fue que “siempre llegábamos a las comunidades con un aliado que llamábamos 'queriente', alguien perdurable en el tiempo, porque en un programa, cualquier dinero se acaba y el reto es que cuando se termine, el proyecto pueda seguir”.
Torres, quien es experto en energización rural sostenible, hace hincapié en que en todas las iniciativas propias y en aquellas propuestas con aliados, el enfoque ante los desafíos y soluciones buscaba explícitamente garantizar la sostenibilidad ambiental, tecnológica, económico-financiera, sociocultural y organizacional en las comunidades beneficiadas. Fue más que “poner bombillos por aquí y por allá”, enfatiza.
Debido a la sencillez de las tecnologías implementadas, los mismos habitantes realizan la limpieza y el mantenimiento de los paneles solares y demás elementos, para lo cual fueron capacitadas tres personas por cada ranchería. Los encargados también están pendientes de que no se conecten aparatos que demanden mayor electricidad de la que proporcionan los sistemas instalados.
Antes de finalizar, el CCEP abrió puertas a diversas sinergias para replicar su modelo de energización rural en los municipios priorizados para recibir intervenciones tras el proceso de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC.
La mayoría de las mujeres tejen las mochilas Wayúu, famosas en Colombia y el extranjero. También chinchorros, para recostarse y dormir en la noche. Foto: María Teresa Arboleda Grajales.
La unión de Ka^i con Joutai
Como si quisieran enviar un mensaje de que solo uniendo voluntades se puede realizar inclusión social, llevando avances tecnológicos a los pueblos indígenas, el sol (Ka^i) quiso aliarse con el viento (Jouktai) en las rancherías Amalipa y Flor de la Sabana.
De esta unión resultó un sistema híbrido, compuesto por dos tipos de energías: la solar y la eólica, promovidos y financiados por la empresa Isagen mediante un convenio de investigación con la Universidad de los Andes de Bogotá. Mientras la primera aportó los recursos económicos y en especie, la segunda hizo lo propio con el tiempo y el conocimiento de un amplio grupo de profesionales.
Empezaba el año 2019 cuando 70 familias supieron lo que es encender una bombilla en sus enramadas, cargar sus celulares sin desplazarse al pueblo y contar con refrigeración para sus alimentos sin el molesto ruido de plantas eléctricas a gasolina, las cuales prendían solo cuando podían asumir el costo del combustible.
Dicha solución de energización está compuesta por dos microrredes, cada una potenciada por su propia planta de generación de energía, para una capacidad de 12 kilowatts (kW), cantidad suficiente para energizar seis hogares urbanos promedio. El sistema podrá beneficiar hasta 200 personas de zonas aledañas, precisa el ingeniero mecánico Álvaro Ramírez, administrador y gestor del proyecto por parte de Isagen, junto con el agrólogo Javier Méndez.
El agricultor indígena Medardo Machado, de la ranchería Flor de la Sabana, es uno de los vecinos que hoy se sienta a ver los noticieros y también a su equipo de fútbol favorito, el Atlético Junior. Es que ahora tienen televisor donado por las instituciones benefactoras.
“También recibimos focos recargables para alumbrarnos en la noche, licuadoras, una impresora y computadores, así como refrigeración para conservar vacunas y otros insumos para cuidar los rebaños”, asegura el campesino.
Otro aporte consistió en un congelador para la producción y comercialización de hielo, lo cual es un bálsamo para soportar las temperaturas que pueden llegar a 40 grados en verano.
“La idea es que ambas soluciones sean replicables y escalables y que esta experiencia sirva para proponer futuros proyectos en comunidades aisladas”, indica Nicanor Quijano, director del proyecto por parte de la Universidad de Los Andes.
Para Ramírez, “es fundamental establecer relaciones de mutuo beneficio con las comunidades, con las cuales nos relacionamos desde 2010. Ellas hacen parte del área de interés para el desarrollo de proyectos eólicos de la empresa y entendemos que, como en cualquier relación de negocios, una de las claves del éxito es que se hagan con el beneplácito y mutuo beneficio tanto para Isagen, como para las comunidades”.
Por su parte, el profesor Quijano hace un llamado a que en el país se siga implementando este tipo de convenios interinstitucionales. “Posibilitan generar más soluciones para que en zonas olvidadas se beneficien con la generación de energía, la cual, por ser un servicio transversal, sirve, incluso, para soluciones como agua potable”, destaca.
Justamente, lo que el docente propone coincide con el objetivo 17 de los ODS, que plantea que, para que una agenda de desarrollo sostenible sea eficaz, son necesarias las alianzas entre el gobierno, el sector privado y la sociedad civil, y que las mismas deben darse a nivel mundial, nacional y local. De ahí la necesidad de que haya más ´padrinos’ en esta región del Caribe que instalen energía sostenible, aquella que transforma vidas, economías y al planeta.
En aldeas como Jaturruy, los necesitan con urgencia porque su pozo se dañó. Por ello, Pedro Pushsina y su gente recorre las trochas que, en el desierto, se antojan infinitas. Van en busca del ‘oro azul’ para sobrevivir.
También clama por ayuda Celia Barros, de la ranchería Pesuapa. La mujer entrada en años relata que “un carrotanque del municipio nos trae agua para 235 habitantes y nuestros animales; pero tenemos que hacerla rendir para un mes”.
A comienzo de 2019, la Universidad de Los Andes y la empresa Isagen dieron al servicio este proyecto de energía solar y eólica en rancherías del municipio de Maicao. Foto: Nicanor Quijano.
El cambio climático a futuro
Si bien las consecuencias de la crisis climática son conocidas por muchos Wayúu, gracias a que reciben capacitaciones por parte de entidades ambientales como Corpoguajira, lo cierto es que pocos tienen oportunidades para adaptarse y buscar soluciones. Así lo asegura Yovany Delgado Moreno, coordinador del Grupo de Ordenamiento Ambiental y Territorial del mencionado organismo.
Y es que en este territorio olvidado por el Estado, “varios factores dificultan el desarrollo del territorio y le restan capacidades a la gente para enfrentar los cambios derivados del calentamiento global”. Las palabras son del profesor de Educación Ambiental de la Universidad de La Sabana de Bogotá, Jefferson Galeano Martínez, al destacar las condiciones sociales marcadas por la falta de acceso a necesidades básicas, pobreza, inseguridad y corrupción, entre otros..
A su vez, el vocero de Corpoguajira afirma que a las comunidades se les brinda acompañamiento, capacitaciones en adaptación y variabilidad climática. Agrega que en la cuenca del río Tomarrazón -Camarones, por ejemplo, se implementa un sistema de alerta temprana para informar a través de emisoras y redes sociales acerca de crecientes, huracanes y demás eventos climáticos que puedan afectar a las comunidades.
Otra tarea vigente es el acompañamiento a las alcaldías, para que incluyan la agenda de cambio climático en sus Planes de Ordenamiento Territorial porque aún hay desconocimiento respecto a este fenómeno, cuyas secuelas no se detienen.
De acuerdo con el ODS 13, “no hay país en el mundo que no haya experimentado los dramáticos efectos del cambio climático”.
Y los Wayúu están comprobando esos efectos con la poca agua de los jagüeyes construidos para abastecerse. Juyá, amo de las aguas del cielo, cada vez les está enviando menos lluvia.
Este reportaje es parte de la alianza entre ActionLAC, plataforma coordinada por Fundación Avina, y LatinClima, esta última con apoyo de la Cooperación Española (AECID) por medio de su programa ARAUCLIMA, con el fin de incentivar la producción de historias periodísticas sobre acción climática en América Latina.