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ESPECIAL: Los guardianes del clima y la biodiversidad en Centroamérica

Fecha de publicación en Latinclima
Autor: Michelle Soto
Autor institucional: LatinClima y Mongabay Latam
Región: América Central
Año de publicación:: 2019
Uso con crédito de autor personal e institucional
  • Mongabay Latam y LatinClima, esta última con apoyo de la Cooperación Española (AECID) por medio de su Programa ARAUCLIMA, presentan seis historias periodísticas que dan a conocer algunas de las más exitosas estrategias de conservación que se realizan en Centroamérica.
  • ¿Qué se está haciendo en la región para proteger los ecosistemas marinos y terrestres y así preparar a las comunidades para adaptarse al cambio climático y mitigar sus efectos? 

Desde que se tienen registros, los últimos cinco años han sido los más calurosos de la historia y se proyecta que esta tendencia sea la norma en el futuro próximo. Es innegable que tanto la atmósfera como los océanos se han calentado como consecuencia del cúmulo de gases de efecto invernadero —principalmente dióxido de carbono, metano y óxido nitroso—, los cuales se vienen emitiendo e incrementando desde 1850.

“Las concentraciones de dióxido de carbono han aumentado en un 40% desde la era preindustrial debido, en primer lugar, a las emisiones derivadas de los combustibles fósiles y, en segundo lugar, a las emisiones netas derivadas del cambio de uso del suelo”, indica el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) —máxima autoridad científica en el tema— en su último informe de evaluación (AR5). 

Con lo emitido a la fecha, la temperatura media de la Tierra se ha incrementado 1°C en tan solo 150 años. La naturaleza no puede permitirse un calentamiento superior a los 2°C e, idealmente, este no debería superar ni siquiera los 1,5 °C. De hecho, el ser humano tampoco puede permitirse que eso suceda, ya que sin biodiversidad y ecosistemas, las personas se quedarían sin servicios ambientales como regulación hídrica, las fuentes de materia prima para medicamentos, seguridad alimentaria, polinización y control de plagas en cultivos, entre otros.

Algunas comunidades, científicos, entidades de gobierno y organizaciones no gubernamentales han vuelto los ojos a las estrategias de conservación como una herramienta para salvaguardar la biodiversidad y también como una forma de mitigar los impactos que tiene el cambio climático. En este sentido, el mayor guardián de Centroamérica —una de las regiones más vulnerables al cambio climático— es precisamente su naturaleza. Existen proyectos que promueven la conservación como una forma de aumentar la salud de los ecosistemas para que puedan desempeñar sus funciones ecológicas en países como Costa Rica, Panamá, Honduras, Nicaragua, Guatemala, México y Belice.

Tres países se unen en pro de la conservación de la selva maya, el bosque tropical más grande de América Latina después del Amazonas. También está el caso de un área de conservación que busca darle darle opciones de desplazamiento a los animales —principalmente los insectos— que pueden verse afectados por el incremento de temperatura. Además, un proyecto de reintroducción de la guacamaya roja pretende recuperar el bosque que ha sido deforestado en los últimos años, un grupo de mujeres se enfrenta a los madereros, comunidades pescadoras se han convertido en guardianes de los manglares y varios pueblos indígenas hicieron mapas detallados de sus territorios para protegerlos del avance de las actividades extractivas. 

Un planeta cada vez más caliente

Según el más reciente informe de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES, por sus siglas en inglés), si la temperatura global se incrementa 2°C, el 5 % de las especies del mundo estarían en riesgo de desaparecer y ese porcentaje llegaría a 16 % en un escenario de 4,3°C de calentamiento. A la fecha, un millón de especies están amenazadas de extinción.

Ahora mismo, según IPBES, el planeta presenta las tres cuartas partes de su medio ambiente terrestre deteriorado y aproximadamente el 66 % de los océanos alterados de manera significativa. El problema se agrava más si consideramos que los ecosistemas marinos y terrestres son los únicos sumideros de carbono que son realmente efectivos. En conjunto, acumulan 5,6 gigatoneladas de carbono al año y eso equivale al 60 % de las emisiones mundiales liberadas a la atmósfera por el ser humano.

“La biodiversidad es fundamental para mantener la concentración del dióxido de carbono en la atmósfera en un nivel que de alguna manera mitigue aumentos mayores en los impactos del cambio climático.Todo aquello que evite la deforestación de ecosistemas, que son reservorios importantes de carbono —como las grandes turberas, los pantanos, etc—, es importante”, comenta Sandra Díaz, científica argentina quien fue co-presidenta del Informe de Evaluación Mundial sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas de IPBES.

Si bien el cambio climático no ha sido el principal motivo de la pérdida de biodiversidad y del deterioro de los ecosistemas en los últimos 50 años, sí está exacerbando los impactos sobre la naturaleza y el panorama a futuro no es alentador. “El cambio climático no es el precursor más importante de la pérdida de biodiversidad si uno lo compara con los cambios provocados desde 1970 por el impacto en el uso de la tierra y el mar, así como con los impactos de la extracción, pero claramente vemos como el cambio climático está volviéndose más relevante en los últimos años y como lo será de ahora al 2030”, dice Díaz.

Hoy, los cinco principales motores de la destrucción del planeta han sido identificados por 145 expertos, con base en la revisión de más de 15.000 fuentes científicas y gubernamentales. Estos son: los cambios en el uso de suelo de la tierra y el mar, la explotación directa de organismos, el cambio climático, la contaminación y las especies exóticas invasoras. A este panorama hay que agregar el crecimiento demográfico, el desarrollo económico y tecnológico, los conflictos y las epidemias, entre otros.

Asimismo, Díaz agrega: “ese deterioro a escala global también significa un deterioro masivo de las posibilidades que tenemos las personas de una vida digna y satisfactoria en el presente, pero fundamentalmente en la próximas décadas”.

Crédito: Carlos Duarte

Crédito: Carlos Duarte

 

Centroamérica: entre la destrucción y la conservación

Aunque existen ejemplos de buenas prácticas, Centroamérica no es ajena a la pérdida de ecosistemas y biodiversidad. Según el IPCC, el uso de la tierra y el cambio en la cobertura forestal son los principales promotores del cambio ambiental en la región. La deforestación, la degradación de la tierra y la pérdida de biodiversidad son atribuidas, principalmente, a la agricultura extensiva y las actividades de exportación tradicional.

“La expansión agrícola ha afectado a los ecosistemas frágiles, causando una grave degradación ambiental y reduciendo los servicios ambientales que prestan esos ecosistemas. La deforestación ha intensificado el proceso de degradación de la tierra, aumentando la vulnerabilidad de las comunidades expuestas a inundaciones, deslizamientos y sequías. Las especies de plantas están disminuyendo rápidamente en Centroamérica y Suramérica, con un alto porcentaje de especies de anfibios en rápido declive”, señala el IPCC en su informe.

Para una región pobre y desigual como Centroamérica, cuyo nivel de pobreza está en 45 %, el deterioro de los ecosistemas acrecienta esta situación socioeconómica y esto, a su vez, se traduce en una alta vulnerabilidad a las condiciones climáticas.

Por ejemplo, y según IPCC, con el cambio climático se espera una afectación en el suministro de agua para las ciudades, las pequeñas comunidades, la producción de alimentos y la generación de energía hidroeléctrica. 

De allí la importancia del esfuerzo que realiza la comunidad de Santa Julia, en Nicaragua, la cual lucha contra los madereros para evitar la destrucción de los bosques de El Crucero, considerado el pulmón verde del departamento de Managua. Bajo el liderazgo femenino, la comunidad no solo hace frente a quienes persiguen sus bosques para talarlos o convertirlos en carbón, sino que también reforestan y cambiaron sus métodos de producción agrícola para que estos apostaran a lo orgánico y, con ello, evitar el uso de plaguicidas tóxicos.

Jurgen Guevara, ingeniero en recursos naturales que labora como oficial de industrias extractivas para el Centro Humboldt, afirma que los bosques de El Crucero son parte de la cuenca sur de Managua, lugar relevante para la recarga hídrica.  

En cuanto a los arrecifes de coral y los manglares, estos proveen a las comunidades de servicios ecosistémicos relacionados a la recirculación de nutrientes, la regulación de la calidad del agua, la provisión de proteína y la protección contra tormentas, entre otros. Estos servicios, según el IPCC, están actualmente amenazados por el cambio climático.

Cesar J. Zacarías-Coxic/INAB

Crédito: Cesar J. Zacarías-Coxic/INAB

Para no perderlos, Guatemala está apostando por las Mesas Locales del Mangle (MLM). A través de estas, los pobladores de las costas asumen tareas enfocadas en la conservación, restauración y manejo sostenible del ecosistema marino costero.

Los mangles —árboles que crecen en las zonas de transición entre el agua dulce de los ríos y las masas de agua salada de los mares— contribuyen a la calidad del agua porque depuran sedimentos; son el hogar de distintas especies de plantas, aves, mamíferos y reptiles, así como de peces, moluscos y crustáceos de los que dependen muchos pescadores. También mitigan el cambio climático porque sirven como reservorios de carbono.

Según el IPCC, el cambio climático afectará tanto a especies individuales como a las interacciones que estas mantienen con otros organismos y los ecosistemas en general. Lo mismo aduce el IPBES en cuanto a la pérdida de biodiversidad, la cual tendrá repercusiones en las condiciones de salud con que los ecosistemas enfrentan el cambio climático y, por tanto, en la calidad de los servicios ecosistémicos que brindan a las personas.

Por ejemplo, el declive de las poblaciones de lapa o guacamaya roja en Copán Ruinas, Honduras, —debido a la extracción de individuos para convertirlos en mascotas— alteró la función que tiene esta ave en la regeneración natural del bosque. Las aves son dispersoras de semillas. Se alimentan de frutos en bosques primarios, vuelan a zonas en regeneración donde excretan y, con ello, dispersan las semillas que propician el nacimiento de nueva vegetación.

En un país como Honduras, donde cada año se destruyen 23.000 hectáreas de bosque, la pérdida de la guacamaya roja implica prescindir de un aliado de la regeneración natural para ampliar, entre otros, la cobertura forestal y, con ella, garantizar el suministro de agua, la regulación térmica del “clima” local y los polarizadores para los cultivos. 

Actualmente, un proyecto de rescate, liberación y conservación de guacamaya roja busca reintroducir esta especie en el ecosistema para que siga cumpliendo con sus funciones ecológicas. Desde el 2011 y hasta la fecha, se han liberado al menos 60 ejemplares de Ara macao en Copán, donde hace 1.000 años esta ave era considerada una deidad por los mayas.

El IPCC también alerta de otras amenazas sobre la biodiversidad, relacionadas al cambio climático: la fauna de vertebrados, por ejemplo, sufrirá importantes pérdidas de especies, principalmente en zonas de gran altitud. De hecho, los animales que evolucionaron para vivir a altas elevaciones serían particularmente vulnerables debido a sus pequeñas áreas geográficas y a sus altos requerimientos energéticos. De allí radica la importancia de los corredores biológicos —tanto longitudinales como altitudinales— para darles opciones de desplazamiento que les permita adaptarse a los cambios.

Por ello, y adelantándose a su tiempo, el Área de Conservación Guanacaste (ACG) —en Costa Rica—  incluyó la conservación del bosque nuboso de montaña cuando inicialmente solo consideraba las tierras de bosque seco en las tierras más bajas. Las autoridades de guardaparques cambiaron de opinión cuando se dieron cuenta que algunas especies del bosque seco migraban por temporadas a las montañas.

La importancia de los bosques

En medio del panorama preocupante que muestra el IPCC, también reconoce que la región todavía tiene grandes extensiones de vegetación natural. “Las prácticas de adaptación basadas en los ecosistemas, como el establecimiento de áreas protegidas y su gestión eficaz, los acuerdos de conservación, la gestión comunitaria de las áreas naturales y el pago por los servicios de los ecosistemas son cada vez más comunes en toda la región”, destacan los expertos del IPCC en su informe.

Ejemplo de ello es el proyecto Selva Maya, un corredor biológico que une la Reserva de la Biosfera Maya (Guatemala), Calakmul (México) y las Montañas y Bosques Mayas (Belice). Los tres países se han dado a la tarea de fortalecer sus propios mecanismos de conservación y aprovechamiento sostenible para crear este corredor biológico que permita la sobrevivencia de la vida silvestre, así como obtener los conocimientos adecuados para crear redes de intercambio de información y experiencias para generar desarrollo sin dañar al bosque y a quienes lo habitan. 

“Para los animales todo es, indistintamente de fronteras y límites, su hogar; por lo que es importante garantizar la conectividad de las zonas naturales y así garantizar su sobrevivencia”, dice Bart Harmsen, consultor senior en vida silvestre del Gobierno de Belice.

En cuanto a conservación de largas extensiones de bosque con enfoque ecosistémico, el IPCC no escatima en reconocer los esfuerzos realizados por los pueblos indígenas e invita a los países a tomarlos en cuenta en sus acciones de adaptación. “Los sistemas y prácticas relacionados con los conocimientos indígenas, locales y tradicionales, en particular la visión holística que tienen los pueblos indígenas de la comunidad y el medio ambiente, son un recurso fundamental para la adaptación al cambio climático, pero no se han utilizado coherentemente en los esfuerzos de adaptación actuales. La integración de esas formas de conocimientos en las prácticas existentes hace que aumente la eficacia de la adaptación”, se lee en el informe del IPCC.

En Panamá, el proyecto “Cartografía de los Bosques del Pueblo” está ayudando a crear una nueva generación de mapeadores indígenas. Varias poblaciones lograron crear áreas protegidas, zonificar su territorio según sus usos, evitar la privatización de zonas comunitarias y hasta generar un plan de desarrollo comunal.

“El proceso mismo del levantamiento de los mapas es tan importante como los mapas en sí. Los procesos de mapeo han revitalizado el valor del conocimiento tradicional y han contribuido a la transmisión de tal conocimiento a generaciones más jóvenes; han servido de vehículo para la transferencia de tecnologías cartográficas y de computación; han contribuido a la concientización popular en torno a los derechos culturales y el significado político del discurso del manejo sostenible de los recursos naturales. Pero, sobre todo, los procesos de mapeo han dotado a los pueblos indígenas de un instrumento que les permite evadir a las instituciones del Estado e internacionalizar su lucha política”, dice Karl Offen, profesor de la Universidad de Oklahoma en Estados Unidos.

Si bien aún falta mucho por hacer en el tema de biodiversidad y cambio climático, el IPCC reconoce que en Centroamérica “se está llevando a cabo una adaptación basada en ecosistemas que comprende áreas protegidas, acuerdos de conservación y gestión comunitaria”. 

Sin embargo, la tarea pendiente está en cómo enlazar los objetivos de combate a la desertificación, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad con aquellos que buscan el desarrollo económico de países tan pobres como los centroamericanos.

Para los autores del informe del IPBES, alimentar a la humanidad no riñe con la conservación y uso sostenible de la naturaleza. “Son objetivos complementarios y estrechamente interdependientes que pueden promoverse mediante sistemas agrícolas, acuícolas y ganaderos sostenibles, la salvaguardia de las especies, variedades, razas y hábitats nativos y la restauración ecológica”, indican.

Para Sandra Díaz, la naturaleza puede ser conservada, restaurada y utilizada de manera sostenible a la vez que se alcanzan otras metas a nivel de desarrollo social y cambio climático. “Eso sí, se requiere de un cambio transformador”, dice.

La co-presidenta del informe IPBES asegura que se debe ir a la raíz del problema, la cual tiene que ver con cambios profundos a nivel de gobernanza, modelos económicos, la forma en que hacemos el comercio, en cómo pensamos nuestro consumo y los impactos colaterales. “Por ejemplo, la forma en que disponemos de los residuos derivados de ese consumo, así como la forma de distribución de los costos y beneficios de la naturaleza entre actores sociales dentro del país, entre países y también entre generaciones”.

EJEMPLO DE TEXTO DESTACADO

La deforestación ha intensificado el proceso de degradación de la tierra, aumentando la vulnerabilidad de las comunidades expuestas a inundaciones, deslizamientos y sequías.

Crédito: Cesar J. Zacarías-Coxic/INAB
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