Noticias
La Selva: ciencia que despierta conciencias
Esta es una historia diminuta en protagonistas, pero enorme por lo que implica para la ciencia y, sobre todo, la medicina.
En el bosque tropical húmedo de Costa Rica habita una hormiga del género Apterostigma que suele formar pequeñas colonias de unos 50 individuos. Su refugio y alimento proviene del hongo leucoagaricus. De hecho, las hormigas colectan materia vegetal e insectos muertos que llevan al nido con tal de que el hongo prolifere y, a cambio, le brinde nutrientes.
Pero, las hormigas no son las únicas detrás de las bondades de leucoagaricus. Un hongo parásito de nombre Escovopsis constituye su gran amenaza.
Para defender a leucoagaricus, y así no quedarse sin casa y comida, la hormiga recurre a la bacteria Pseudonocardia. La hormiga deja que esta se alimente a través de las glándulas que tiene en su cuerpo y, a cambio, la bacteria genera un antibiótico fungicida llamado selvamicina.
Las selvamicinas se llaman así en honor al sitio donde fue descubierta la muestra que reveló esta historia: la Estación Biológica La Selva de la Organización para Estudios Tropicales (OET), ubicada en Sarappiquí de Heredia, aproximadamente a una hora de la capital de Costa Rica.
Los investigadores de la Universidad de Costa Rica (UCR), la Universidad de Harvard y la Universidad de Wisconsin en Madison, ambas en Estados Unidos, extrajeron esa bacteria del cuerpo de la hormiga y la cultivaron en laboratorio para probar su efectividad.
En este sentido, la expusieron a varios tipos de hongos, entre ellos dos que causan infecciones en seres humanos y son resistentes a los antibióticos actuales: el hongo Candida que provoca la candidiasis y el otro es el Aspergillus que precisamente provoca la aspergilosis.
Ante ambos, la selvamicina resultó ser altamente efectiva y baja en toxicidad, dos de las características más buscadas en un antibiótico y eso hace brillar los ojos de los científicos.
“Tenemos dos resultados: el resultado inmediato es que hay un nuevo antibiótico y el resultado de ciencia básica es que empezamos a entender por qué estas hormigas, que llevan 50 millones de años usando este mismo antibiótico, por qué todavía les sirve, mientras que nuestros antibióticos, que empezamos a usar en la II Guerra Mundial, no llevamos ni 70 años y para todos hay resistencia”, manifestó Adrián Pinto, investigador del Centro de Investigación en Estructuras Microscópicas (CIEMIC) de la UCR y autor del estudio, durante una conferencia de prensa.
El hallazgo fue dado a conocer a través de un artículo publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). De hecho, las organizaciones implicadas en la investigación ya patentaron el descubrimiento.
“Las selvamicinas tienen el potencial de convertirse en la nueva generación de antibióticos”, comenta Carlos Luis de la Rosa, director de la Estación Biológica La Selva, aunque es claro en decir que el proceso para llegar a tener un medicamento para uso en seres humanos es largo y complejo.
Historias similares a esta son bastante comunes en la Estación Biológica La Selva. Esta vez fueron hormigas, hongos y bacterias, en otras ocasiones son relatos de caimanes que lloran para alimentar mariposas o la competencia entre avispas y moscas para hacerse con la larva de mariposa que servirá de huésped a sus huevos.
“Estos bosques son un laboratorio fantástico”, admite el director de La Selva y agrega: “Es el laboratorio natural más grande del mundo con 1.600 hectáreas de áreas de estudio y 61 kilómetros de senderos, 16 de estos pavimentados. Contamos con infraestructura para hacer investigación. Estudiamos desde bacterias y virus hasta ecosistemas completos y el cambio climático”.
Este año, La Selva cumple 50 años bajo la tutela de la OET. Durante ese tiempo, se ha consolidado como una de las estaciones de investigación en biología tropical más prolíferas en el mundo con más de 4.500 publicaciones.
Actualmente existen 125 proyectos de investigación en ejecución, más de 300 científicos provenientes de 100 universidades utilizan sus instalaciones y se imparten 100 cursos universitarios cada año. “Incluso tuvimos uno dirigido a indígenas del Pacífico. Entonces vinieron personas de Hawái y Papúa Nueva Guinea”, comentó de la Rosa.
Además, La Selva recibe a 10.000 visitantes anuales oriundos de 25 países. “Nos visitan muchos fotógrafos de naturaleza”, dice el director.
De hecho, los asistentes al I Congreso Latinoamericano sobre Sostenibilidad, Ecología y Evolución (SEE), que se realizará del 26 al 29 de setiembre del 2018 en Parque Viva (La Guácima, Costa Rica), tendrán la oportunidad de visitar este "laboratorio natural" en el marco de las giras técnicas.
SEE busca posicionarse como un espacio de encuentro para latinoamericanos donde se puedan compartir lecciones aprendidas y se promuevan sinergias para impulsar la sostenibilidad desde el sector privado, académico y gubernamental. Latin Clima está apoyando el congreso desde la curaduría de la agenda académica, la cual incluirá contenido en seis ejes temáticos: Agricultura, Cambio Climático, Conservación, Transición Energética, Turismo, Urbanismo & Transporte.
Conectividad
Una de las mayores amenazas a los bosques tropicales es la fragmentación. Esta no solo resta hábitat a las especies sino que rompe relaciones que se vinieron tejiendo alrededor del tiempo gracias a la evolución.
Cuando La Selva se instaló en Puerto Viejo de Sarapiquí tuvo claro que parte de su éxito científico dependía de la conectividad del paisaje, el otro impulsor fue su conciencia conservacionista. Por ello, el consorcio de universidades que integra a la OET decidió ir adquiriendo las tierras aledañas a la estación biológica.
Lo hizo bajo un criterio de conectividad longitudinal y altitudinal. En lo longitudinal, el bosque que resguarda la estación forma parte del Corredor Biológico San Juan – La Selva, el cual se extiende desde Nicaragua hasta Sarapiquí en Costa Rica.
En cuanto a lo altitudinal, los bosques de La Selva se extienden desde los 35 metros hasta los 2.900 metros sobre el nivel del mar. De esta forma, la estación funciona como área de amortiguamiento al Parque Nacional Braulio Carrillo y como un corredor biológico altitudinal para el volcán Barva.
“Las lecciones aprendidas a través de este trabajo son aplicables a un amplio espectro de lugares y situaciones, incluyendo áreas tropicales en todo el mundo, comunidades cerca de áreas protegidas en países en desarrollo, los efectos del cambio climático en los ecosistemas y más”, manifiesta de la Rosa.
Actualmente, La Selva planea ejecutar dos proyectos de corredores ribereños a lo largo de las cuencas hidrográficas que cruzan la reserva y en conjunto con otras reservas privadas en los alrededores. Esto mediante reforestación.
La OET, a través de su labor en La Selva, sabe de las relaciones simbióticas que existen entre ciencia y conservación. A Carlos de la Rosa le gustan las historias y, para ejemplificar lo anterior, recurre al escarabajo rinoceronte.
Para que el escarabajo rinoceronte o cornizuelo alcance su tamaño como adulto, unos 17 centímetros, debe alimentarse por tres años de madera fresca. “Si un árbol pequeño se cae y empieza a podrir inmediatamente, en seis meses pues ya se degradó. Entonces, este escarabajo necesita árboles grandes y esos son los primeros que el ser humano extrae del bosque”, explica de la Rosa.
“Nosotros mismos, los seres humanos, sin siquiera conocer al bichito ya lo estamos afectando y somos el factor de su eventual extinción”, continuó.
Lo que quizá el ser humano ignora es que la eventual desaparición de los escarabajos trae consecuencias para nuestra propia vida, ya que estos cumplen funciones como controladores de plagas (ya que se alimentan de otros insectos) y como recicladores de nutrientes, lo cual mejora la fertilidad del suelo.
Contrarrestar esa ignorancia llevó a la OET a propiciar otra relación simbiótica entre ciencia, conservación, turismo y educación ambiental.
“Tratamos de exponer a las personas al bosque para que conozcan todas sus historias, que al caminar por aquí se den cuenta que esto está lleno de especies sin descubrir, puedan saber que hay medicinas que aún no se han descubierto pero son el futuro, nuestro futuro, y que hay oportunidades para estudiarlas”, comenta de la Rosa.
Bioalfabetizar
No se cuida, lo que no se conoce. Con esa frase en la mente, los guías atienden a los visitantes nacionales y extranjeros que se acercan a la estación biológica para adentrarse en el bosque húmedo tropical de bajura.
Toda oportunidad es propicia para, a través de las historias, se dé la educación ambiental. Las personas pueden aprender el “lenguaje de la biología” a través de un recorrido turístico de dos horas, asistiendo a charlas abiertas al público o participando de las ferias ambientales donde, incluso, tienen la posibilidad de interactuar con los investigadores y así conocer de primera mano sobre la biodiversidad que estudian.
“Lo que estamos haciendo es bioalfabetizando porque sabemos que personas más informadas y concientes tomarán mejores decisiones”, destaca de la Rosa.
Es más, La Selva ha invertido en remodelar uno de sus senderos para hacerlo apto para ser transitado por personas con movilidad limitada o en sillas de ruedas, también por personas no videntes.
Próximamente, ese sendero tendrá una sorpresa más: un elevador con adaptación a silla de ruedas para que las personas puedan ver el dosel del bosque, es decir, las copas de los árboles.
Los investigadores de La Selva utilizan torres de observación y tirolesa para realizar estudios en la parte alta del bosque. De la Rosa dice que darle acceso a esa parte del bosque al público es importante en términos de bioalfabetización.
También se va a ampliar el centro de visitantes con exhibiciones permanentes y se están remodelando todas las instalaciones bajo un concepto de sostenibilidad. El director quiere, incluso, concienciar echando mano del diseño de los edificios.
“Aquí, por donde quiera que usted camine, se encuentra una historia”, dice y agrega: “Así fue como vi al caimán que lloraba y tenía una mariposa en su cabeza”.
Efectivamente, en el río, de la Rosa observó un caimán con mariposas encima. Tomó fotos y video. Más tarde, en su oficina, la curiosidad lo empujó a revisar si existían artículos científicos que describieran ese comportamiento.
Efectivamente halló un artículo que argumentaba que ese comportamiento conocido como lacrifagia es muy raro y pocas veces visto. La lacrifagia es el acto de beber las “lágrimas” o líquidos excretados a través de los ojos por reptiles, ya sean tortugas, cocodrilos o caimanes.
“Esas lágrimas tienen minerales y sales que son muy difíciles de conseguir en la naturaleza. Pero, en Costa Rica, ese comportamiento es usual. Entonces decidí escribir un artículo científico de vuelta para decir que es bastante común en los trópicos”, manifiesta de la Rosa.
Este hubiera sido un artículo común, escrito por científicos para científicos, pero ahora las revistas científicas están dedicando sus primeras páginas a resúmenes escritos para un público más masivo. Así fue como el caimán que lloraba mientras las mariposas se posaban en su cabeza llegó a la revista Frontiers in Ecology and the Environment y desembocó, según de la Rosa, en cientos de llamadas, correos electrónicos y entrevistas con medios de comunicación de todo el mundo.
“Les cuento otra historia. En este bosque vivían indígenas hace 1.000 años, entonces hay un legado arqueológico y antropológico importante. También tenemos un río que se devuelve, se trata del río Surá que desemboca en el río Puerto Viejo. Cuando el Puerto Viejo se llena empuja al río más pequeño y es cuando uno ve que el río está al revés porque ese volumen de agua y sedimentos invaden ese canal. Cuando ya baja el agua, entonces el río Surá se ve normal”, relata el director.
No cabe duda, los bosques tropicales están llenos de historias y La Selva es como aquel padre de 50 años en proceso de convertirse en un abuelo cuentacuentos, lleno de sabiduría.
ENTREVISTA
“Todo biólogo tropical tiene que venir, aunque sea una vez en la vida, a La Selva”. Carlos de la Rosa dice esa frase con la autoridad moral que deviene de la propia experiencia.
El ecólogo acuático es oriundo de Venezuela, aunque ha trabajado en Estados Unidos y Costa Rica. Hace 12 años llegó a La Selva, primero como investigador y luego se convirtió en su director.
¿Cuán importante ha sido la Selva para el conocimiento mundial de la biodiversidad tropical?
“Existen sitios en el mundo que han generado un alto porcentaje del conocimiento que se tiene de los bosques húmedos: uno es la Isla de Barro Colorado en Panamá, el otro es una reserva en el amazonas peruano y el tercero es La Selva.
”Tenemos 60 años de investigación en este bosque, 50 de los cuales bajo la guía de la OET. La cantidad de información que ha salido de aquí, en esos 4.500 artículos, ha sido una gran contribución.
”No solo es lo que se publica sino los científicos que han hecho carrera acá. Vinieron como estudiantes y luego volvieron como científicos. Ellos han producido las bases de datos más robustas y largas en el tiempo que existen en los trópicos.
”En un mundo con cambio climático encima y pérdida de biodiversidad, las bases de datos a largo plazo son importantísimas porque te permiten ver cambios en décadas. Aquí hemos visto esos cambios en el crecimiento de los árboles, el efecto que ha tenido la temperatura en el declive de los anfibios e insectos, por ejemplo.
”No deja de ser raro que se tenga la estabilidad político social necesaria como para tener a un investigador por 45 años estudiando, prácticamente haciendo toda su carrera aquí. Eso no pasa en otras partes, eso es posible porque La Selva está en Costa Rica.
”Hay otra razón. Al igual que Panamá, Costa Rica está ubicada en un lugar muy privilegiado biogeográficamente. Si ves al continente como un reloj de arena, la parte más angosta está precisamente en Costa Rica y Panamá.
”Costa Rica salió del agua debido a sus volcanes y, con ello, creó sus dos vertientes, lo cual resultó en una rica biodiversidad de micro ecosistemas que está concentrada en un territorio pequeño. Este es el punto donde el gran intercambio faunístico ocurrió.
”Entonces eso nos da una gran oportunidad de estudiar cosas que en otras partes no son posibles. Aquí podemos pasar por siete zonas de vida en solo cinco horas con solo desplazarnos del Caribe al Pacífico.
”La otra cara de esa moneda es la presión de conservación. Este país es tan único que debería ser una reserva, porque donde quiera que se vaya aún hay cosas únicas que no conocemos. Imagínese que apenas conocemos el 18% de nuestra biodiversidad y eso es en el país mesoamericano donde se conoce más biodiversidad.
”Solo en mi laboratorio tengo una colección de 500 especies nuevas pertenecientes a una familia de mosquitos que no pican. ¡Están aún sin describir, no tienen nombre! ¿Qué podemos hacer con un mosquito que no pica? Pues resulta que son especies indicadoras de la calidad ambiental. Si llegáramos a conocerlas podríamos usarlas como una medida biológica para interpretar el estado de salud de un río o lago y monitorear los cambios.
”La biodiversidad nos provee herramientas para nuestro propio beneficio, pero no las podemos usar si no las conocemos.
”Tenemos un reto muy grande. Primero, tenemos que entender que somos únicos en nuestra biodiversidad y que hay cosas aquí que no existen en otras partes del mundo. Segundo, existe el riesgo de perderlas si no empezamos a tomar decisiones fuertes de conservación y tercero, necesitamos esa información para nuestro propio desarrollo. En la biodiversidad están las futuras medicinas, materiales industriales y alimentos.
”Los bosques son la biblioteca del futuro y aún no sabemos cómo leer sus libros”.
Ante un reto tan grande, ¿hacia dónde tenemos que apuntar los esfuerzos?
“Diría que en dos ramas muy importantes. La primera es conservar más de lo que queda. Estamos en una labor de rescate porque hemos perdido tanto y no sabemos cómo medir lo que perdemos.
”La segunda es invertir en ciencias básicas en pro del conocimiento. No sabemos hablar biología, necesitamos bioalfabetización, y sin ese conocimiento no vamos a entender para tomar las decisiones.
”Las especies que se extinguieron, pues ya se perdieron. Pero no tenemos por qué seguir extinguiendo cuando podemos recuperar muchos hábitats y estabilizar la tendencia de pérdida de especies.
”Soy un optimista, pero también debo ser realista. En las condiciones actuales es muy difícil hacer ese cambio porque requiere de gobiernos, academia y una sociedad civil bioalfabetizada”.
* La Estación Biológica La Selva es uno de los destinos contemplados en las giras técnicas del I Congreso Latinoamericano sobre Sostenibilidad, Ecología y Evolución (SEE) a realizarse del 26 al 29 de setiembre del 2018 en Costa Rica. Carlos de la Rosa también será uno de los expositores. Más información en: www.costaricasee.com