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“Los cambios tienen que darse en el nivel que más duele: en la sociedad y la economía”

Fecha de publicación en Latinclima
Autor: Michelle Soto
Autor institucional: LatinClima
Región: Mundial
Año de publicación:: 2019
Mina a cielo abierto en España
Denis Zhitnik/Shutterstock.com
A causa de la minería se han deforestado grandes extensiones de bosque.
Uso con crédito de autor personal e institucional

“Básicamente nos estamos devorando el planeta, algunos más que otros, eso está claro, pero con esta tendencia no hay forma de asegurar un mejor futuro para todos”.

Las palabras son de Sandra Díaz, científica argentina que funge como co-presidenta del Informe de Evaluación Mundial sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas, presentado el día de hoy por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés).

El informe reveló que un millón de especies están amenazadas de extinción y, junto a la degradación de los ecosistemas, los servicios ambientales como polinización, control de plagas, protección ante desastres, provisión de agua y calidad de aire se ven comprometidos no solo en el presente sino en las próximas décadas.

“Los cambios tienen que darse en el nivel que más duele: en la sociedad y la economía. No hay opción. La otra vía sería renunciar a la trama de la vida sobre la Tierra, lo que significa renunciar a una calidad de vida satisfactoria para todas las personas, renunciar a mantener el clima bajo control o renunciar a un mundo justo para todos”, destacó Díaz.

Un modelo insostenible

En los últimos 50 años pasaron tres cosas que contribuyeron al deterioro de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad: la población humana se duplicó, la economía mundial se cuadruplicó y el comercio global se multiplicó por 10, lo que llevó a una aumento de la demanda de energía y materiales.

De hecho, más de un tercio de la superficie terrestre y casi el 75% de los recursos de agua dulce se dedican actualmente a la producción agrícola o ganadera.

Las zonas urbanas se duplicaron desde 1992. “Una expansión sin precedentes de la infraestructura vinculada al aumento de la población y el consumo se ha producido principalmente a expensas de los bosques (en gran medida bosques tropicales de crecimiento antiguo), los humedales y los pastizales”, destaca el informe de IPBES.

“Para comprender mejor y, lo que es más importante, para abordar las principales causas de los daños a la biodiversidad y las contribuciones de la naturaleza a las personas, necesitamos comprender la historia y la interconexión mundial de los complejos factores demográficos y económicos indirectos que impulsan el cambio, así como los valores sociales que los sustentan”, comentó Eduardo Brondízio, co-presidente del informe del IPBES.

Asimismo, Brondízio agregó: “entre los principales factores indirectos figuran el aumento de la población y el consumo per cápita; la innovación tecnológica, que en algunos casos ha reducido y en otros ha aumentado el daño a la naturaleza; y, lo que es más importante, las cuestiones de gobernanza y rendición de cuentas”.

“Si seguimos produciendo como hasta ahora, en el escenario business as usual, no hay ninguna forma de que en 30 años podamos cumplir objetivos globales de protección mínima de la biodiversidad, bienestar para todos y mitigación del cambio climático”, complementó Díaz.

Los esfuerzos actuales no son suficientes

En el 2010, en la provincia de Aichi en Japón, los representantes de 196 países firmantes de la Convención de Diversidad Biológica (CDB) acordaron 20 metas para contrarrestar la perdida de biodiversidad y el deterioro de los ecosistemas con miras al 2020.

A pesar de los avances en conservación y aplicación de políticas, es probable que la mayoría de las metas de Aichi no se cumplan. De hecho, el informe de IPBES concluye que los objetivos mundiales de conservación, uso sostenible de la naturaleza y el logro de la sostenibilidad “no pueden alcanzarse con las trayectorias actuales, y que los objetivos para 2030 y más allá sólo pueden lograrse mediante cambios transformadores en todos los factores económicos, sociales, políticos y tecnológicos”.

“Las tendencias negativas actuales en la biodiversidad y los ecosistemas socavarán el progreso hacia el 80% de las metas evaluadas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, relacionadas con la pobreza, el hambre, la salud, el agua, las ciudades, el clima, los océanos y la tierra (ODS 1, 2, 3, 6, 11, 13, 14 y 15). Por lo tanto, la pérdida de biodiversidad no sólo es una cuestión medioambiental sino también una cuestión de desarrollo, económica, de seguridad, social y moral”, señala IPBES en su informe.

Para Díaz, la naturaleza puede ser conservada, restaurada y utilizada de manera sostenible a la vez que se alcanzan otras metas a nivel de desarrollo social y cambio climático. Eso sí, se requiere de un cambio transformador.

“Por cambio transformador entendemos una reorganización fundamental de todo el sistema por medio de factores tecnológicos, económicos y sociales, incluidos paradigmas, objetivos y valores”, mencionó Robert Watson, presidente de IPBES.

“Este cambio transformador no solo ataca los síntomas del problema. Tenemos que irnos a la raíz, la cual tiene que ver con cambios profundos a nivel de gobernanza, modelos económicos, la forma en que hacemos el comercio, en cómo pensamos nuestro consumo y los impactos colaterales; por ejemplo, la forma en que disponemos de los residuos derivados de ese consumo, así como la forma de distribución de los costos y beneficios de la naturaleza entre actores sociales dentro del país, entre países y también entre generaciones”, explicó Díaz.

Cambio transformador

Según el informe de IPBES, existen cinco intervenciones que podrían generar un cambio transformador, ya que permitirían abordar los precursores indirectos de la degradación de la naturaleza. Estos son: 1) incentivos y creación de capacidad, 2) cooperación intersectorial, 3) medidas preventivas, 4) adopción de decisiones en el contexto de la resiliencia y la incertidumbre, y 5) derecho ambiental y aplicación.

Estas intervenciones implican a su vez desarrollar incentivos y una amplia capacidad de responsabilidad ambiental, lo que conlleva también eliminar incentivos perversos. “Los incentivos económicos han favorecido la expansión de la actividad económica y a menudo el daño ambiental, por encima de la conservación o la restauración. La incorporación de la consideración de los múltiples valores de las funciones de los ecosistemas y de la contribución de la naturaleza a las personas en los incentivos económicos ha demostrado, en la economía, que permite mejores resultados ecológicos, económicos y sociales”, señala el informe.

En la línea económica y comercial, Brondízio sugiere abordar el desfase que se da debido al consumo donde “la extracción y producción de recursos a menudo ocurre en una parte del mundo para satisfacer las necesidades de los consumidores distantes en otras regiones”.

Por ejemplo, el transporte de larga distancia para bienes y pasajeros, incluso con fines de turismo, creció en los últimos 20 años con consecuencias negativas para los ecosistemas. “El aumento del transporte aéreo y marítimo, incluido el triple de los viajes procedentes de países desarrollados y en desarrollo en particular, ha aumentado la contaminación así como las especies exóticas invasoras”, destacó IPBES en su informe.

Para los autores, alimentar a la humanidad no riñe con la conservación y uso sostenible de la naturaleza. “Son objetivos complementarios y estrechamente interdependientes que pueden promoverse mediante sistemas agrícolas, acuícolas y ganaderos sostenibles, la salvaguardia de las especies, variedades, razas y hábitats nativos y la restauración ecológica”, indican.

Otras medidas detalladas en el informe se relacionan con evitar el desperdicio de alimentos “empoderando a los productores y a los consumidores para que transformen las cadenas de suministro, y facilitando opciones alimentarias sostenibles y saludables”.

En este cambio transformador, el IPBES también dirige su mirada a las comunidades indígenas y locales. “El reconocimiento de los saberes, las innovaciones y las prácticas, las instituciones y los valores de los pueblos indígenas y las comunidades locales y su inclusión y participación en la gobernanza ambiental, a menudo mejora su calidad de vida, así como la conservación, la restauración y la utilización sostenible de la naturaleza, lo que es pertinente para la sociedad en general.

”La gobernanza, incluidas las instituciones y los sistemas de gestión tradicionales, y los regímenes de cogestión en los que participan los pueblos indígenas y las comunidades locales, pueden ser una manera eficaz de salvaguardar la naturaleza y sus contribuciones a la población, incorporando sistemas de gestión adaptados a las condiciones locales. Las contribuciones positivas de los pueblos indígenas y las comunidades locales a la sostenibilidad pueden facilitarse mediante el reconocimiento nacional de la tenencia de la tierra, el acceso y los derechos a los recursos, de conformidad con la legislación nacional, la aplicación del consentimiento libre, previo e informado y la mejora de la colaboración, la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados de su uso y los acuerdos de cogestión con las comunidades locales”, se lee en el informe.

El rol de las ciudades

El otro punto en la línea del cambio transformador está en las ciudades; es decir, el hábitat del ser humano. Debido al crecimiento poblacional, la expansión de la infraestructura amenaza extensas áreas naturales del planeta. A nivel mundial, por ejemplo, se prevé que la longitud de las carreteras pavimentadas aumente en 25 millones de kilómetros para 2050 y que nueve décimas partes de toda la construcción de carreteras se realizará en los países menos adelantados y en los países en desarrollo.

El número de represas ha aumentado en los últimos 50 años con tal de dotar de energía a las actividades humanas. En todo el mundo existen actualmente unas 50.000 grandes represas (de más de 15 metros de altura) y unos 17 millones de embalses (de más de 100 metros cuadrados).

“Las expansiones de carreteras, ciudades, represas hidroeléctricas y oleoductos y gasoductos pueden tener un alto costo ambiental y social, incluyendo la deforestación, la fragmentación del hábitat, la pérdida de biodiversidad, el acaparamiento de tierras, el desplazamiento de la población y la perturbación social, incluso para los pueblos indígenas y las comunidades locales. Sin embargo, la infraestructura puede generar efectos económicos positivos e incluso beneficios ambientales, basados en la eficiencia, la innovación, la migración y la urbanización, dependiendo de dónde y cómo se implemente y se dé la inversión”, destaca el informe.

En cuanto a medidas de conservación implementadas a la fecha, estas han sido exitosas en prevenir la extinción de algunas especies. Esto, gracias a la creación e implementación de áreas silvestres protegidas, los esfuerzos para hacerle frente a la captura y comercio ilegales de especies, las traslocaciones y la erradicación de especies invasoras, entre otras.

Las acciones en conservación durante el período comprendido entre 1996 y 2008 redujeron el riesgo de extinción de mamíferos y aves en 109 países en un valor medio del 29% por país, mientras que la tasa de deterioro del riesgo de extinción de aves, mamíferos y anfibios habría sido por lo menos un 20% mayor si no se hubieran tomado medidas de conservación en las últimas décadas.

Del mismo modo, es probable que al menos seis especies de ungulados (como el orix árabe) se hubiesen extinguido o solo sobrevivido en cautiverio si no se hubiesen tomado medidas para su conservación.

“Aunque todavía son pocos y están localizados espacialmente, estos casos muestran que con una acción rápida y apropiada es posible reducir las tasas de extinción inducidas por el hombre. Sin embargo, existen pocos estudios que evalúen cómo las tendencias en el estado de la naturaleza o las presiones sobre la naturaleza habrían sido diferentes en ausencia de esfuerzos de conservación”, se indica en el informe.

Asimismo, los autores señalan que estas medidas deben estar enmarcadas en un concepto de gestión del paisaje. “Como parte de la planificación y gestión integradas del paisaje, una restauración ecológica rápida que haga hincapié en el uso de especies nativas puede compensar la degradación actual y salvar muchas especies en peligro, pero es menos eficaz si se retrasa”, dijeron.

En otras palabras, el momento de hacer algo es ahora. Mañana ya es tarde.

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