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Pedaleando por los arrecifes de la Costa dos Corais de Brasil
Víctor Moura pedaleó 298 km a lo largo de la Costa dos Corais, entre los Estados de Pernambuco y Alagoas, para develar los desafíos y esfuerzos para conservar corales en el Área de Protección Ambiental (APA) Costa dos Corais, una de las áreas de conservación marino-costera más grandes de Brasil.
Dentro del debate climático global, Brasil es un país conocido por sus bosques y por la grandeza de la “Amazonia Verde”. Sin embargo, fuera del medio terrestre, existe un bioma “equivalente” conocido como “Amazonia Azul”, que se ocupa de las aguas pertenecientes a este país, que es prácticamente un subcontinente. El concepto de “Amazonia Azul” fue creado en 2004 por la Marina de Brasil con el objetivo de sensibilizar sobre los ríos y el mar nacional, igualmente amenazados por la acción humana y la crisis climática. De los más de 8.000 kilómetros de costa, Brasil tiene alrededor de 3.000 con arrecifes de coral. Los únicos en el Atlántico Sur. Los arrecifes de coral se encuentran casi en su totalidad en la región noreste del país, donde el litoral tiene aguas claras y cálidas, tradición pesquera y representa un fuerte atractivo turístico.
Mientras investigaba al respecto, descubrí la existencia de un área de conservación marino-costera cerca de la ciudad donde vivo, la más grande de Brasil en este segmento: el Área de Protección Ambiental (APA) Costa dos Corais, entre los Estados de Pernambuco y Alagoas. Fue creada por decreto federal en 1997 y comprende 12 municipios, más de 400.000 hectáreas de tierra y 120 km de playas, además de una rica fuente de historia, cultura y biodiversidad.
Sin embargo, como su nombre indica, los protagonistas de este territorio son los corales, uno de los animales marinos más sensibles a los cambios de acidez y temperatura del agua del mar. Según un informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), en el escenario de un calentamiento global de 1,5 °C podríamos perder entre el 70-90% de los arrecifes de coral del mundo. De hecho, el ecosistema podría desaparecer por completo si la temperatura aumenta 2°C. Para tener una idea de lo que estamos viviendo, según este estudio, la cobertura de corales en el planeta y su capacidad para brindar servicios ecosistémicos a la sociedad se ha reducido a la mitad desde la década de 1950.
Aún en proceso de investigación, encontré varias noticias alarmantes y predicciones sobre el futuro de estos animales y las comunidades que dependen de ellos. Pero me llamaron la atención algunas iniciativas positivas que vienen luchando contra este escenario. Y eso es en lo que quería centrarme cuando visité la APA.
Con una bolsa negra en la espalda, puse mi bicicleta en la cajuela de un autobús interurbano e hice autostop hasta el lugar del informe. Una vez allí, comencé a pedalear. En total, pedaleé 298 km en o cerca de la costa y, cuando el acceso a la playa estaba “permitido”, la marea era baja y la lluvia no interfería, era fácil observar la barrera rocosa cubierta por corales que enmarcaban el paisaje.
Proyecto pionero
Sin embargo, antes de llegar a la unidad de conservación, tenía una cita en un pueblo cercano llamado Ipojuca. En este lugar se lleva a cabo un proyecto de restauración de corales desde 2017; aquí, más de 3.000 corales estaban condenados a muerte pero fueron salvados en la playa de Porto de Galinhas, en el litoral sur de Pernambuco. El Proyecto Coralizar, pionero en Brasil, es realizado por la Biofábrica de Corais en alianza con organizaciones de la sociedad civil, empresas, el sector académico y la comunidad local. Para comprender mejor cómo funciona este proceso, hablé con las biólogas Nádia Zamboni y María Gabriela Moreno. Ambas forman parte de la biofábrica y actúan, respectivamente, como analista de calidad ambiental y coordinadora de restauración.
Como llegué en un día lluvioso, no fue posible visitar, buceando, los viveros donde se “internan” los fragmentos de corales desprendidos de sus colonias hasta que vuelven a estar sanos. Cada cuna de coral está hecha con una impresora 3D y cuesta, en promedio, US$0,28 centavos, lo que económicamente permite replicarla en otras partes de la costa brasileña. Al contrario de lo que sugiere su apariencia, los corales no son rocas, sino organismos vivos tridimensionales. En la APA crecen sobre rocas generalmente de arenisca. Comienzan a vivir en comunidades o colonias que forman los arrecifes y así sirven de refugio y alimento a diversos animales marinos. Se estima que el 25% de las especies de todo el océano dependen de los corales en algún momento de su vida.
Cuando están débiles, “blanqueadas”, las colonias de algunas especies de coral se desprenden de los arrecifes y caen al océano, eso se debe al estrés por calor, pero también por acciones humanas como pisoteos y choques con embarcaciones, algo común de ver en zonas turísticas como la costa del nordeste de Brasil.
Según los investigadores, alrededor del 80% de los corales enfermos recogidos del fondo del mar consiguen recuperarse. Luego se trasplantan al medio natural. El primer contacto se realiza con delicadeza y rapidez para que el animal pase poco tiempo fuera del agua.
El equipo está trabajando actualmente en la restauración de dos especies, el coral-coliflor (Mussismilia harttii) y el coral-de-fuego (Millepora alcicornis). El coral-coliflor es endémico de Brasil y está en la lista de especies en peligro de extinción. Se eligió el coral de fuego porque crece más rápido, lo que facilita los resultados del cultivo. En este video producido por WWF-Brasil es posible visualizar las técnicas utilizadas en la restauración. Es una lucha contra el tiempo, pero ha valido la pena.
“El aumento de la temperatura atmosférica, que lleva a un aumento de la temperatura del agua, hace que los corales se blanqueen. Por eso estamos trayendo actividades para tratar de revertir y, de alguna manera, fortalecer este ecosistema, mitigando el impacto que está generando el cambio climático”, explica Nádia, originaria de Argentina. Incluso antes de la entrevista, anticipó: “como ven, somos extranjeras”. Su compañera de equipo, María, es de Venezuela, donde ya trabajó con arrecifes de coral. Está en la Biofábrica desde que todavía era un proyecto de investigación de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE). Ella cuenta que, cuando llegó a Porto de Galinhas y comenzó a monitorear, en 2019, encontró dos colonias de coral-coliflor “enormes, hermosas y saludables”, pero que hoy están casi extintas. La muerte de estos animales impacta el futuro de municipios como Ipojuca, que tiene una economía basada en el turismo costero.
La Playa de Porto de Galinhas es una de las más populares de Brasil gracias al ecosistema de arrecife. Al acercarme en bicicleta a la costa, encontré una infraestructura turística consolidada e innumerables anuncios de excursiones con “piscinas naturales” como atractivo. “El año pasado iniciamos el diálogo con el sector turístico local, operadores de buceo, asociación de balseros y pescadores, para ir integrándolos paulatinamente. El enfoque de la Biofábrica es restaurar e integrar. Queremos que estas personas lo experimenten junto con nosotros. Y la idea del compromiso, además de incluir a los profesionales locales, es empezar a trabajar la educación ambiental con infantes y jóvenes”, explica María. Admite que hay resistencia al “turismo regenerativo”, ya que la economía local se ha basado durante mucho tiempo en un turismo insostenible y depredador; pero, a pesar de las dificultades, las articulaciones con diferentes sectores de la sociedad han avanzado.
Hoy, la Biofábrica de Coral también ofrece experiencias turísticas que incluyen la posibilidad de participar en el proceso de restauración con investigadores e incluso adoptar un coral de cualquier parte del planeta. María asegura que las acciones de concienciación han cambiado la percepción de los visitantes, quienes, en general, sabían poco o nada sobre la importancia de los arrecifes.
En el campo de la actividad científica, en 2022, el equipo inició un proyecto de investigación en la APA Costa dos Corais (Costa de los Corales), ubicada al sur de la ciudad de Ipojuca. “Montamos un laboratorio en Tamandaré. Y la idea es cultivar corales fuera del medio natural y también hacer algunos experimentos. Queremos expandir esta iniciativa a otros municipios, incluidos Tamandaré (PE) y Maragogi (AL), que forman parte del área de conservación. Y más adelante, quién sabe, expandirnos aún más a lo largo de la costa brasileña”, dice la analista Nádia, quien agrega que las futuras restauraciones en la Costa dos Corais tienden a facilitarse gracias a las asociaciones ya construidas y también porque es un lugar protegido con menos actividad humana.
¿Quién se beneficia del turismo?
Ni bien llegué a la APA, encontré unos carteles que señalaban la diferenciación legal del territorio que es de uso sustentable. Como estaba soleado ese día, había muchos visitantes en la Playa de Tamandaré: gente vendiendo raspa-raspa (un tipo de helado), caldo, huevo de codorniz, gambas, maní… Un movimiento, aún así, por debajo de lo normal por ser temporada baja. Mientras yo seguía hacia el estuario del Río Formoso, la infraestructura turística se sofisticó y disminuyó el número de personas en la franja de arena. Acompañado de los arrecifes, en la margen derecha, y de la restinga, en la izquierda, me detuve en una tienda sencilla, que desentonaba con el paisaje circundante.
Sentada en una silla de plástico roja, la dueña del quiosco dijo que había abierto la tienda solo por abrirla, ya que los clientes rara vez aparecían durante los “meses de lluvia”. Edivânia, de 50 años, se veía desanimada en medio del ruido del viento húmedo y el romper rítmico de las olas. La playa ha sido su fuente de ganancia para sus cinco hijos y sus familias desde el comienzo de su vida. “Trabajamos mucho en el verano, luego en esos meses (lluviosos) la pasamos bien. Pero los que no tienen quiosco y ganan menos sufren, lo necesitan mucho”, dice.
Hablando con Edivânia, descubrí que el motivo de su preocupación tenía que ver con el futuro. El quiosco Por do Sol, que sostiene a su familia, está en proceso de ser removido debido a que se ubica muy cerca de la línea de costa, en una zona que pertenece a la Unión. “Tamandaré es un lugar que no tiene trabajo para todos y el único ingreso que hay es por el mar. Aquí ya hemos sido notificados por la Marina para salir. Me multaron con R$ 8.000 (US$1 650 aproximadamente). Ahora vamos a la calle de atrás. Es difícil quedarse en la ciudad porque no hay una gestión que esté para apoyar”, se queja.
La estructura del quiosco se encuentra precisamente sobre la restinga, un sotobosque de playa que retiene la arena y evita que se agraven los escenarios de erosión. Pero, pedaleando por Tamandaré, pude encontrar situaciones similares de “avance sobre el mar” en emprendimientos más acaudalados. En la famosa Playa de Carneiros, cerca del estuario del Río Formoso, prácticamente no hay acceso público al mar. Es importante destacar que la APA Costa dos Corais fue creada con el objetivo de proteger los arrecifes y ellos, a su vez, deben incentivar el turismo local y mejorar las condiciones de vida de las comunidades, cosa que no ha estado ocurriendo, según los vecinos con los que pude hablar. La segregación socioespacial y el costo de vida han aumentado dentro del área de conservación.
El geógrafo Celso Gomes, autor de una tesis doctoral sobre la APA, dice que los poderes públicos (Estados y municipios) han confundido desarrollo con crecimiento económico. “El pensamiento no es mejorar para la población local, sino cumplir con los requisitos necesarios para el capital que se está instalando allí”, sostiene. La presencia de este capital es visible con el “boom” de casas, restaurantes, posadas y resorts de alta gama. El sector turístico privado ha ocupado las primeras calles paralelas a la línea de playa donde generalmente hay servicios públicos como calles pavimentadas, saneamiento y alumbrado. Pero, al ingresar al continente, en el espacio de la gente del lugar, el escenario cambia.
Durante su doctorado, Celso visitó 11 municipios de la APA, excluyendo Maceió, en el estado de Alagoas, que tiene su propia dinámica por ser una capital de Estado. Dice que hay un patrón de uso de la tierra basado en la generación de pobreza y desigualdad. La tesis señala que solo el 36% de la población económicamente activa de la APA está ocupada, lo que explica la presencia de subempleo en temporada alta y desempleo en temporada baja.
“No estoy condenando la actividad turística, estoy condenando la planificación y la forma en que se lleva a cabo por parte de las entidades gubernamentales. Los residentes no tienen derecho a los beneficios que trae el turismo. La especulación inmobiliaria los ha alejado de la costa, cada vez más atrás del territorio, alejándolos de su lugar de trabajo, que es el mar”, declara. Cree que la comunidad local es el mejor agente de inspección y protección del territorio; por lo tanto, poner en riesgo a la población local también significa poner en riesgo a los corales. Según un informe de Global Coral Reef Monitoring Network, el turismo de arrecifes de corales genera una facturación mundial anual de 36.000 millones de dólares.
Tradición pesquera
Además del dinero de quienes visitan la unidad de conservación, otra importante fuente de ingresos en la Costa dos Corais es la pesca artesanal. La Escuela de Pesca de Tamandaré, en la costa sur de Pernambuco, fue una de las primeras de Brasil. A lo largo de 21 años (1954-1975), la institución graduó a 1.287 alumnos. Hoy el principal referente de la clase es la Colonia de Pescadores Z-5, presidida desde el 2021 por Madalena, una mujer negra que se presenta como pescadora antes de asumir la presidencia. Comenzó a trabajar a los 10 años en los manglares del río Ariquindá acompañada de una amiga cuando era adolescente, llegaba a casa cansada pero con un balde lleno de pescados y mariscos.
Temprano en la vida me di cuenta de las desigualdades de género impuestas en el territorio. “No teníamos acceso a las lanchas porque solo los hombres tenían lanchas y, a veces, no querían dar paseos”, recuerda. Hoy tiene su propia balsa y hamaca. Obtuvo la independencia. Gracias a la pesca, crió a dos hijos prácticamente sola. En los últimos años, sin embargo, dice haber notado una pérdida de biodiversidad debido a la presión urbanística en la costa. “Yo misma vivo en la playa, soy pescadora. Pero no me gusta nadar en el mar. Veo la contaminación cuando estamos trabajando. Y todavía hay veraneantes que pasan y tiran latas o botellas de vidrio al río. Podemos cortarnos, contraer enfermedades. Varias mujeres aquí en la colonia ya se enfermaron”, denuncia. Hace cinco años, un médico le pidió a Madalena que, debido a sus nervios, piel y huesos, evitara en lo posible pescar. Desde entonces, ha actuado como activista en defensa de los derechos de los pescadores.
Hay 483 personas asociadas a la Colonia Z-5 en Tamandaré, de las cuales 264 son mujeres. El grupo realiza labores de limpieza en las playas, acciones de concienciación y también comercializa productos naturales suministrados por los arrecifes de coral y manglares de la APA. Madalena dice que también ha estado buscando maestros para alfabetizar a los pescadores que no tuvieron la oportunidad de estudiar.
Mientras hablábamos, noté una pila de documentos sobre la mesa. Una especie de “carné de pescador”, que sirve para acreditar el ejercicio de la actividad. El exceso de burocracia ha dificultado la regularización de la clase que más contacto tiene con la “Amazonia Azul”. Entre 2019 y 2022, en todo Brasil, más de 67.000 pescadores vieron suspendido su registro en el Registro General de la Actividad Pesquera.
“Sufrimos mucho en la situación del retiro. Nos registramos y la solicitud fue denegada. El Estado no quiere reconocer que nuestra actividad es una profesión. Pero corro tras ella porque soy pescadora y sé cuánto he sufrido. Corro tras los objetivos del grupo. Voy allá, lucho, y así vamos”, cuenta la presidente de la colonia.
Mientras Madalena respondía a las demandas y llamadas telefónicas, observé la diversidad de alianzas entre la comunidad pesquera y los investigadores y organismos públicos; una unión que ha crecido en el territorio. El principal organismo público de referencia en la APA es el Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad (ICMBio), organismo federal vinculado al Ministerio del Medio Ambiente de Brasil.
ICMBio es responsable de la gestión y la inspección en Costa dos Corais. Desde hace 40 años, la agencia también tiene una estructura enfocada en la investigación, el seguimiento de especies, la gestión ambiental marina y la formación de personas en la costa del Noreste de Brasil. El Centro de Investigación y Conservación de la Biodiversidad Marina del Nordeste (Cepene) recibe a la comunidad local e investigadores de todo el mundo. Tuve la suerte de visitar el centro el 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente.
Educación que transforma
Empecé a pedalear por Cepene y me llamó la atención un grupo de niños, alrededor de 40. Vestidos de uniforme, caminaban por un pequeño camino junto al mar rodeado de cocoteros. Estaban allí para participar en una clase de campo promovida por el Proyecto Converse con Científicos. Aunque estaba fuera del grupo de edad (12-13 años), pregunté a la profesora si podía seguir la clase. Con el “sí”, llegué a una de las salas del Cepene, donde nos esperaba Ana Paula Leite, supervisora de educación ambiental en el Proyecto Meros del Brasil, que opera a lo largo de más de 1.500 kilómetros de la costa nacional. El mero (epinephelus itajara) es una especie de pez dócil de aguas tropicales que habita arrecifes y manglares. Crece en los ríos y vive como adulto en el océano. Su presencia es sinónimo de ambientes marinos de buena calidad. Por ser una especie en peligro de extinción, su pesca está prohibida en el país desde el 2002.
“Si conoces a alguien que ha capturado, habla con él, pídele que lo suelte. ¿No es más genial para nosotros encontrar peces en el mar buceando? Los que vivís aquí (en Tamandaré), cuando se bañan en los arrecifes, podrían encontrar mero. Y entonces preguntamos: ¿es mejor vivo o muerto?”. “¡Vivo!”, gritaron los estudiantes. En todo momento los niños y las niñas se mostraron atentos y participativos, fruto del enfoque de la supervisora, acercando siempre la ciencia a la realidad local y el saber popular. “Aquí es donde ustedes viven, ¿ven, muchachos?”, repetía, señalando la pantalla para crear un sentimiento de pertenencia en el grupo.
Cuando terminó la presentación, caminamos “observando la naturaleza” hacia el edificio de investigación. Antes pasamos por el muelle, una estructura náutica que avanza sobre el mar, desde donde es posible observar la Zona de Preservación de Vida Marina de Tamandaré. Creada en 1999, es la primera área de estudio y recuperación de ambientes marinos de Brasil. En este tramo de unas 400 hectáreas no se permiten actividades turísticas ni de pesca.
Mientras niñas y niños iban a la exhibición de peces, me detuve a hablar con una investigadora que miraba al fondo protegiéndose la cara del sol y el viento. Beatrice Padovani es pionera en estudios de conservación marina en Brasil, ha dedicado más de 20 años al estudio de la Costa e los Corales. Además de investigadora, es profesora de Oceanografía en la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE).
Mientras caminaba de una clase a la siguiente, escuchaba a Beatrice hablar sobre la resiliencia histórica de los arrecifes de coral. Durante muchos años fueron retirados por la construcción y la industria de la cal. A medida que la colonización portuguesa tuvo lugar a lo largo del Océano Atlántico, el Bosque Atlántico se convirtió en el bioma más poblado y degradado de Brasil. Tiene solo el 24,3% de su cobertura original. Y la destrucción continúa. Entre 2021 y 2022, se deforestaron más de 20.000 hectáreas de bosque. Los ríos de la región drenan aguas negras, plásticos, pesticidas y fertilizantes que entran en contacto con los corales y los enferman.
El calentamiento global no es la única amenaza. Por eso, la profesora también habla de mejorar las condiciones locales y restaurar lo que se perdió. Incluso después de tantos años, la naturaleza continúa sorprendiéndote, demostrando ser resistente a pesar de los desafíos. “Veo, por un lado, una escalada de impactos que es desesperante. Pero por otro lado veo la absurda capacidad de la naturaleza para recomponerse. También veo una mayor conciencia de la sociedad. Hoy en día las nuevas generaciones tienen una inquietud. Es importante despertar a los jóvenes, principalmente para protestar, para ser activos, para luchar contra decisiones que se toman con base en ganancias rápidas, pero al final el daño es colectivo”, dice. Beatrice cree en la educación como herramienta para luchar contra la explotación de los ambientes costeros, una realidad creciente en todo el país.
Dentro o fuera de las unidades de conservación, la primera víctima de la expansión depredadora suele ser la restinga, un ecosistema adyacente a los arrecifes. Sin ella, las playas son más vulnerables a la erosión, las inundaciones y el probable aumento del nivel medio del océano. “El agua siempre encuentra un camino y el suelo protegido por la restinga es dinámico, está vivo. Lo que el mar 'come' en un día, la planta lo recupera al día siguiente. Entonces, en lugar de querer vivir en el agua, siempre debemos tratar de tener este servicio de la naturaleza”, dice.
Debido a su capacidad para defender la costa, la restinga es fundamental para Brasil. La mayoría de la población vive concentrada en la costa, una de las zonas más amenazadas por el cambio climático. Según el IPCC, el océano podría elevarse por encima de 1 metro a finales de siglo. Proteger la entrada al continente también es papel de los arrecifes, que además de brindar alimento y dinamizar el turismo, mitigan la fuerza de las olas. En este caso, se aplica tanto a los arrecifes de coral (biológicos) como a las areniscas (no biológicos). Estos últimos son rocas formadas por granos de arena cementados de forma natural a lo largo del tiempo.
Aquel 5 de junio soleado, frente al mar, la profesora Beatrice me hizo pensar en el futuro y entender los procesos naturales como una cadena. Ella me presentó a los estudiantes de maestría y empleados del ICMBio que hacen del Cepene una referencia en producción científica.
Especies bajo amenaza
Mientras continuaba pedaleando por las ciudades de la APA, noté la falta de integración como ruta turística interestatal. Desde Maragogi, en la costa norte de Alagoas, la carretera gana el arcén y comienzan a aparecer carteles con las distancias entre municipios. Maragogi es uno de los principales destinos turísticos de Brasil con playas de aguas cálidas y transparentes que se asemejan a las del Caribe.
Un levantamiento realizado en la ciudad en 2020 registró el peor estrés térmico desde 1985, lo que provocó una disminución del 18,1% en la cobertura promedio de corales vivos. “El evento ocurrió durante la pandemia y terminamos por no seguir el proceso de mortalidad. Recién regresamos a la APA a finales de año. Fue entonces cuando pudimos ver que en algunos lugares hasta el 50% de los arrecifes de coral habían muerto debido al aumento de la temperatura”, dice Luís Guilherme, licenciado en oceanografía e integrante del Proyecto de Conservación Recifal. La tasa de mortalidad fue mayor para Millepora braziliensis y Mussismilia harttii (coral-coliflor), dos especies de coral endémicas de Brasil y bioconstructoras de arrecifes.
Los corales son animales que viven en un óptimo de temperatura muy estrecho (entre 23° y 29° Celsius). Cuando el escenario al que están acostumbrados cambia, entran en estado de shock y pasan por un proceso llamado blanqueamiento. El blanco no es más que el esqueleto del animal expuesto. Lo que da color a los corales son las microalgas, también llamadas zooxantelas. El coral y las microalgas viven en una asociación mutuamente beneficiosa. Cuando esto sucede, se llama simbiosis. Las microalgas, mediante la fotosíntesis, entregan nutrientes al coral. Ya ofrece protección y condiciones para que crezcan las microalgas.
Con aumentos de temperatura intensos y prolongados, los corales tienden a perder o expulsar microalgas. Se vuelven blancos. Comienzan a “morir de hambre”, lo que aumenta su probabilidad de muerte. El hecho de que tengan “fiebre”, sin embargo, no significa que no puedan recuperarse. Al igual que nosotros, la recuperación tiene que ver con la salud del medio ambiente en el que vivimos. Como el calentamiento global es una enfermedad difícil de controlar, lo que se puede hacer localmente es darle menos estrés al animal. Esto pasa por el turismo y la pesca conscientes y también por la mejora de la calidad del agua.
Mientras pedaleaba por la costa norte de Alagoas, pude ver algunas obras de construcción a lo largo de la carretera AL-101. El Gobierno del Estado está invirtiendo más de 570 millones de reales en abastecimiento de agua y alcantarillado en Costa dos Corais. En total, serán beneficiadas 90.000 personas y cinco municipios (Maragogi, Japaratinga, Porto de Pedras, São Miguel dos Milagres y Passo de Camaragibe). Las mejoras en la infraestructura urbana van de la mano con la preservación de los recursos ambientales.
En la APA, es el manglar el que realiza el servicio ecosistémico de “limpiar el agua”, cuyas raíces actúan como filtro biológico contra los contaminantes. El manglar también es conocido como el vivero de la vida marina porque es el lugar donde se crían diferentes especies. Este artículo académico, publicado en 2021, enumeró 325 especies de peces en la Costa de Coral, 40 de ellos (o el 12%) están en la lista roja, en riesgo de desaparecer. Las posibles causas enumeradas en el artículo son la sobrepesca (cuando la especie se captura más allá de su capacidad reproductiva) y la degradación del hábitat (manglares y arrecifes).
Resistir en el territorio
En el trayecto del informe, encontré varios barcos de pesca en el estuario de los ríos. Al llegar a Japaratinga, sobre el río Manguaba, crucé la bicicleta con la ayuda de una balsa. El punto marca el inicio de la Ruta Ecológica de los Milagros, un tramo de la APA con menor actividad turística que Tamandaré y Maragogi. Los pobladores me contaron que, hace unos diez años, el paisaje de la ruta ecológica era apacible, ocupado por casetas de pescadores y pequeñas posadas. Pero hoy está en marcha un “boom” de nuevos emprendimientos y agencias de turismo.
En la playa de Porto da Rua, en São Miguel dos Milagres, la mayoría de los pescadores se han convertido en jangadeiros –balseros-- y ofrecen paseos a los visitantes. “Están las piscinas naturales para ver los pececitos, los corales, y tomar una foto de esa hermosa vista. Hay un recorrido ecológico en la frontera entre el mar y el río que pasa por los manglares y por el famoso puente de los manatíes”, narra Painço, un balsero de 34 años. Painço es un tipo de cereal conocido como “comida para pájaros” y también como prefiere llamarlo. Dice que migró de la pesca al turismo influenciado por personas cercanas a él, siguiendo las transformaciones locales. El Plan de Manejo de la APA exige que los conductores visitantes realicen un curso de conducta responsable, para recibir la autorización del ICMBio.
Los jangadeiros comenzaron a trabajar juntos en la asociación. Pero con la llegada de empresas de turismo receptivo, muchos se fueron en busca de mejoras económicas. Painço también se convirtió en un proveedor de servicios independiente. Hoy solo 12 hombres están asociados. “Algunos trabajan en privado, otros trabajan en posadas. Aquí hay un precio, hay otro precio. Pero lo correcto era que todos trabajaran en la Asociación. Las giras tenían que ir todas en grupo”, argumenta. Entiende que la unión sería lo mejor para la clase, pero lamenta la ausencia de alguien que haga esta articulación. Aunque la mayoría trabaja por cuenta propia, los jangadeiros suelen reunirse en las afueras de la Praia de Porto da Rua. Durante mi visita, hasta alrededor de las 9 de la mañana de una mañana nublada, ni una sola balsa había entrado al mar. Los recorridos caen mucho durante la temporada de lluvias. Uno que otro jangadeiro coge la red y vuelve a ser pescador. Todos esperan con ansias el verano, el momento más importante para generar ingresos en la comunidad.
Todavía en la ciudad de São Miguel dos Milagres, en un intento por encontrar los arrecifes, terminé entrando en un laberinto. Los caminos de tierra entre las paredes de los edificios de lujo me llevaron a un callejón de aproximadamente un metro de ancho, a través del cual finalmente pude acceder al mar.
“El toque es playa privada. Me comprometo a decir esto. Tienes un 'pequeño espacio' para peatones, pero el acceso en sí no existe. Las posadas compraron las playas”, dice María José, de 59 años, nacida y criada en la pequeña localidad de menos de 10.000 habitantes. Dice que el sector de la construcción civil finalmente llegó al territorio y provocó cambios en el paisaje de la APA. Al pasar, pude ver obreros trabajando y letreros de obras licenciadas por el Instituto de Medio Ambiente de Alagoas.
“Los turistas que vienen aquí tienen mayor poder adquisitivo. Realmente es un turismo selecto. Acá tenemos posada por 2.000 reales (US$412) al día. Pero todavía hay mucha pobreza. Ofrecemos atractivos para ellos (turistas), al mismo tiempo que tenemos una calidad de vida muy por debajo de esa realidad”, dice. Entonces lanzó la siguiente pregunta: “¿Cuánto debo tener en el bolsillo para sobrevivir 30 días aquí?”. María dijo que conoce a personas nativas que han tenido que abandonar la ciudad debido al aumento del costo de vida.
Hace poco más de 10 años, luego de ser despedida de una posada, María inició un curso de costura promovido por el recién creado Instituto Yandê, organización de la sociedad civil que desarrolla proyectos con impacto socioambiental en la Costa dos Corais, en el estado de Alagoas. Se basa en la unión de tres ejes: educación, cultura y medio ambiente. Uno de los primeros proyectos del Instituto fue el Taller Manatí y Arte, en 2011, que tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de las mujeres por medio del emprendimiento sostenible.
Crean varios souvenirs del manatí (Trichechus manatus), animal en peligro de extinción que es símbolo de la unidad de conservación. La especie actúa en la base de la cadena alimentaria y depende de los arrecifes de coral y los manglares para sobrevivir. Su santuario son las aguas del Río Tatuamunha, que se encuentran dentro de la Ruta Ecológica de los Milagros.
En el taller Manatí y Arte, el trabajo de la máquina de coser da vida al tejido y al peluche del mamífero, presentes en las mesas, estantes y bolsas en los más variados formatos y colores. María, la más experimentada, dirige el proyecto. Cuatro mujeres trabajan con ella. “Hoy el taller camina con sus propios pies porque el Instituto Yandê dio todo en su totalidad para que el taller funcionara. Y estoy muy agradecida. Todo lo que puedo hacer por este Instituto lo hago porque me dio esta nueva vida. Nunca soñé con ser costurera, artesana. Antes, tocaba de puerta en puerta buscando una oportunidad y hoy estoy creando empleos en mi comunidad”, dice feliz. Gracias al taller, ella y las otras mujeres garantizan sus ingresos completos.
Salvando los corales
Otra mujer que marcó la diferencia en la APA es la bióloga Bárbara Pinheiro, de la Universidad Federal de Alagoas (UFAL). Actualmente realiza una investigación posdoctoral sobre la acidificación costera y sus impactos en los arrecifes. “El pH está cambiando por la interacción del agua de mar con el CO2 (dióxido de carbono), que está directamente relacionado con el cambio climático, con la cantidad de CO2 que estamos lanzando (los seres humanos) a la atmósfera”, explica.
Desde el punto de vista químico, además de la disminución del pH, los corales cercanos a la costa también sufren el aporte de nutrientes y materia orgánica que provienen de los ríos. Y esto tiene que ver con la acción humana a nivel local. El agua sucia debilita el esqueleto de los corales, así como el caparazón y las conchas de los cangrejos, ostras y almejas, dificulta el crecimiento y aumenta las posibilidades de desarrollar “osteoporosis”. Durante la temporada de lluvias, la contaminación drena más rápidamente al océano, lo que empeora aún más la química del agua.
El escenario descrito muestra que además de la “fiebre” provocada por el estrés térmico, los arrecifes de coral tienen otros problemas a los que enfrentarse. “Por eso decimos que son uno de los ambientes más amenazados del mundo. No se están tomando tiempo libre. A nivel local, no podemos hacer mucho sobre los cambios de temperatura del océano. No podemos simplemente agregar agua helada. Pero podemos dejar el medio ambiente lo más sano posible para que se recuperen solos. Sí podemos luchar por políticas públicas para combatir el problema del blanqueamiento masivo”, dice la investigadora.
De la recolección de agua (en los ríos y el mar) y el análisis de laboratorio, nace información que, basada en la ciencia, sirve para generar cambios. Los datos son entregados a los gestores públicos y empresarios de la región precisamente para este fin. La falta de una amplia conciencia sobre un asunto urgente es lo que mueve a Bárbara a actuar.
La tarde que hablamos, la encontré inmersa en medio de llamadas telefónicas y grabaciones de audio. Estaba buscando recursos y donaciones para proyectos sociales desarrollados en la costa norte de Alagoas por medio del Instituto Yandê, donde es directora voluntaria. Como representante del Instituto, forma parte del Consejo de Administración de APA Costa de los Corales, un foro permanente de discusión, negociación y gestión de temas relevantes para la unidad de conservación. Las 40 cátedras titulares reúnen a actores de diferentes municipios de la APA y cuentan con representantes de las autoridades públicas, la academia y la sociedad civil organizada.
La actuación de Bárbara va más allá del papel de científica. Pero, a pesar de las diferencias entre sectores, dice que, en el fondo, el objetivo es el mismo, conservar los arrecifes de coral. Bárbara cree que la conservación involucra necesariamente a las personas, quienes son las principales beneficiarias. Una sociedad más justa, con educación, empleo, ingresos, vivienda y saneamiento, genera mejoras en los ecosistemas marino-costeros circundantes.
En la unidad de conservación más grande de su tipo en Brasil, los ambientes de arrecifes se multiplican desde la línea de la playa hasta unos 30 kilómetros (16 millas náuticas), en la ruptura de la plataforma continental. “Los arrecifes de coral tienen una biodiversidad comparable a los bosques. La única diferencia es que la gente no puede ponerse una máscara de buceo para ir a verlo”, dice la bióloga.
Debido a que habitamos el medio terrestre, naturalmente nos resulta más difícil establecer conexiones y visualizar las transformaciones que se han ido produciendo en el océano. Si la deforestación y los incendios realizados en la “Amazonía Verde” son motivo de preocupación, la misma atención merece (o debería merecer) la decoloración de los corales y la mortalidad de especies marinas en la “Amazonía Azul”.
Pedaleando por la Costa dos Corais pude conocer a muchas personas que están en la primera línea, marcando la diferencia con acciones individuales y proyectos colectivos, lo que ha dado esperanza y fuerza en la lucha por la preservación de uno de los mayores y más bellos patrimonios de este país.
Este artículo fue elaborado con apoyo de LatinClima, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y el Centro Científico Tropical por medio de la iniciativa Historias que cuentan cambios.