Noticias
En tiempos de cambio climático, indígenas peruanos siembran y cosechan agua de lluvia con conocimiento ancestral
En los Andes centrales del Perú, las hermanas Machaca Mendieta migraron del campo a la ciudad para estudiar ingeniería agrónoma, una carrera tradicionalmente masculina. Las discriminaron por su género y origen, pero ellas nunca se amilanaron. Retornaron a su comunidad campesina, pero en lugar de aplicar lo aprendido en la academia, se sumergieron en el saber de sus ancestros, enriquecieron su relación con la naturaleza y, gracias a ellas, su comunidad volvió a tener agua.
En la cosmovisión andina, el mundo está poblado por seres vivos (humanos, deidades, naturaleza), que comparten los mismos atributos de un ser humano. “Plantas, suelos, rocas, aguas, ríos, lagunas, puquios, lluvias, nubes, astros y todo cuanto existe en el mundo, cada cual, es investido de persona con ojos, boca, oídos, manos, pies. Todos conversan y se comunican”, explican Marcela, Magdalena y Lidia Machaca Mendieta, tres de las seis hermanas que se dedican a enfrentar la escasez de agua en tiempos de cambio climático en la comunidad campesina quechua de Quispillaccta, por medio de la Asociación Bartolomé Aripaylla (ABA), fundada por las dos primeras.
Esta concepción de la vida no la entienden muchos de sus colegas ingenieros agrónomos, ni tampoco la cultura occidental, resaltan las hermanas. Cuentan que en las aulas de la Universidad San Cristóbal de Huamanga había profesores que enseñaban cosas que no se pueden aplicar en las zonas altoandinas. Y a pesar de que Marcela y Magdalena ocupaban los primeros puestos durante todos los años que estudiaron, ellas cuestionaban esas cátedras, por lo que decidieron aumentar su carga de cursos y créditos para terminar más rápido la carrera (cuatro años y medio) y regresar lo más pronto a su comunidad, donde - además - harían el trabajo de campo para su tesis sobre agricultura y cultura campesina.
Ellas migraron a Huamanga, capital del departamento de Ayacucho (sierra central del Perú, a 566 kilómetros de Lima), siendo adolescentes. Su padre había solicitado permiso a la comunidad para ausentarse cinco años y acompañar a sus hijas en su formación universitaria con la promesa de que ellas volverían a Quispillaccta para desarrollar lo aprendido. Vendió su ganado con la ilusión de que todos sus hijos estudiaran en la universidad.
“Papá siempre nos decía: van a estudiar para mejorar nuestra agricultura”, recuerda Marcela. “En la casa se hablaba de estudiar con un propósito, que era ayudar no solo a la familia Machaca, sino a todo el ayllu de Unión Potrero”, dice Lidia, quien antes de seguir la carrera de sus hermanas estuvo a punto de estudiar enfermería.
Esa era la intención de su papá Modesto Machaca Mendoza y su mamá Hilaria Mendieta Conde, comuneros de Unión Potrero, localidad de la comunidad de Quispillaccta (ubicada a 3,860 msnm), en el distrito de Chuschi, provincia de Cangallo, departamento de Ayacucho.
Esta comunidad, que quiere ser distrito, ha renacido tras haber sido atacada y ocupada en los 80 por el grupo terrorista Sendero Luminoso. La comunidad colapsó, muchos comuneros huyeron a Huamanga, pero quienes se quedaron resistieron y enfrentaron a los senderistas. Quedaron muchas heridas abiertas, ahondadas por la incomprensión del Estado peruano. Perdieron familiares, sus pocos bienes materiales y también parte de su cultura; como, por ejemplo, sus fiestas tradicionales relacionadas con la naturaleza, y se resquebrajó su organización comunal.
Marcela y Magdalena fueron las primeras en regresar a la comunidad a finales de los 80. La impresión inmediata fue espeluznante al evidenciarse los rezagos por el horror vivido. “La violencia política y cultural permitió la ruptura de la comunidad, interrumpió la trama de relaciones sociales, con la naturaleza y con las deidades, lo que significó el deterioro de la organización comunal y de la agricultura. Cuando la organización comunal se aparta de la actividad agrícola, no solo se destruye la base de la naturaleza y de la gente para la supervivencia, también se pierden los rituales y, con ellos, los aspectos éticos que guían las actividades”, explican las hermanas.
Las Machaca fueron recibidas con respeto porque regresaban como profesionales, aunque también había quienes dudaban de su capacidad por “ser mujeres” o pensaban que retornaban porque no habían tenido éxito laboral en la ciudad. Esa desconfianza era un rezago de la violencia sufrida por los quispillacctinos.
Al poco tiempo de llegar y escuchar los requerimientos de las comuneras y los comuneros se dieron cuenta de que la mayoría de los proyectos agrícolas y de infraestructura que se habían desarrollado en la zona no habían funcionado porque estaban mal concebidos. Era infraestructura gris elaborada con una mentalidad ajena a la realidad de esa comunidad, que más bien contribuyó a la disminución de los manantiales y a la pérdida de biodiversidad. Además, generaron conflictos internos porque no había agua para todos. Los canales de riego naturales habían pasado a ser de cemento y ello “ahuyentó al agua”, señalan las Machaca.
A esto se suma el calentamiento global antropogénico. Los glaciares Wayunka y Paqcha, fuentes de agua para quienes viven en esta zona altoandina, se habían derretido. Una gran diversidad de semillas se habían perdido, los pastos para la alimentación del ganado estaban secos como consecuencia de la deficiencia hídrica en la comunidad. La comunidad pasaba por una feroz inseguridad alimentaria.
Pero, además, siguiendo la cosmovisión andina, la familia Machaca Mendieta consideraba que la comunidad había deteriorado su relación con la naturaleza, específicamente con el agua, por lo cual había que regresar a tratar con cariño a la Madre Tierra, a hacerle ofrendas, a cantarle, a cuidarla. Había que recuperar la tradición, incluidas las fiestas como el Yarqa Aspiy, cuando se hace la limpieza de los canales de riego durante la primera semana de septiembre.
Saber ancestral
Marcela y Magdalena conversaron con don Modesto, le explicaron sus inquietudes y la necesidad de conocer más sobre Quispillaccta para poder ayudar. “Papá nos dio una lista de 24 sabios (yachaq, en quechua) de las distintas localidades de la comunidad. Nos dijo que conversáramos con esos depositarios del saber, que ellos nos enseñarían sobre la agricultura campesina andina. Y así lo hicimos”, narra Magdalena.
“Caminamos mucho, conocimos a los sabios, aprendimos, recordamos enseñanzas de la niñez, nos dimos cuenta de que la universidad no nos había cambiado, que seguíamos siendo parte de la naturaleza, de la tierra”, dice Lidia.
En el mundo andino el saber es entendido como el conjunto de prácticas, señas, secretos, actitudes y valores que nacen como el resultado de una comunicación y relación constante entre las personas, la naturaleza y las deidades. “El conocimiento es en tanto existe una relación recíproca de empatía y vinculación entre los seres que conforman este mundo andino”, señala Magdalena.
Luego de reunirse con los yachaq, las hermanas reafirmaron la importancia de conservar y practicar las tradiciones milenarias y compartirlas con las nuevas generaciones.
Y fue así que, en 1991, Marcela y Magdalena fundaron la asociación ABA como un núcleo de afirmación de la cultura andina a partir de la cual desarrollaron esfuerzos para preservar las prácticas milenarias, como la siembra y cosecha de agua de lluvia. Conformada por profesionales quechuahablantes, su enfoque de desarrollo rural está basado en la interculturalidad y respeto por la naturaleza, a diferencia de la mayoría de organizaciones no gubernamentales que intervienen en los Andes.
Ellas no hablan de manejo de recursos hídricos, sino más bien de crianza del agua, un concepto andino que denota la relación armoniosa de la comunidad con la naturaleza. No solo es que no falte agua, sino que se le quiera, se le críe. “Nunca hay que dejar de conversar con el agua, hay que darle mucho cariño”, resalta Magdalena.
Crianza del agua
En 1992, el fenómeno El Niño golpeó de manera intensa al Perú. Ayacucho sufrió una mayor escasez de agua, al igual que otras regiones del sur andino. Esto fue determinante para que estas mujeres indígenas quechuas decidieran construir lagunas artificiales --cochas, qochas (en quechua) o embalses-- en distintas zonas de la comunidad para que no falte agua en tiempos de estiaje y se recupere la cadena alimentaria.
Levantaron embalses en lo alto de las montañas para recolectar y criar el agua de lluvia, de la misma manera que lo hicieron sus ancestros.
Desde 1994, trabajaron arduamente para empezar el proceso de construcción de reservorios. Apacheta fue la primera laguna construida en 1995 y es la más conocida, almacena permanentemente más de 70.000 metros cúbicos de agua. A septiembre de 2023, superan las 170 lagunas. Miles de personas beneficiadas, no solo de su provincia, pueden acceder al líquido y son más de 180 millones de metros cúbicos de agua para uso humano y agrícola.
Es un arduo trabajo liderado por las ingenieras agrónomas y la participación de mujeres y varones de la localidad beneficiada. Atrás quedaron los recelos y desconfianzas. La participación de la gente de la comunidad es espontánea, con alegría, esperanza y agradecimiento a la naturaleza. Aquí juegan un papel importante las autoridades tradicionales de la comunidad, que movilizan a sus coterráneos en faenas, festividades y reflexiones colectivas y hacen posible la participación y respaldo en todo el proceso de la experiencia.
Hacer una cocha puede demorar una semana de trabajo continuo, pero primero hay que elegir la zona en la que se construirá, de preferencia una que tenga forma de laguna para que la excavación sea menor. “Pedimos permiso a la madre tierra y también hablamos y llamamos a la yaku mama (madre agua). Si obtenemos buenas señales, el sitio es propicio; de lo contrario, seguimos buscando otros espacios”, detalla Marcela, quizás la más conocida de todas las hermanas.
Ahora es relativamente fácil levantar un embalse, se ha aprendido con la práctica. El costo promedio de cada uno puede llegar a los USD 3.000, según las dimensiones. Gracias al financiamiento de organizaciones alemanas que han trabajado durante años con ABA y a la autogestión de sus recursos, se cubren casi en su totalidad los costos. El gobierno regional no dispone de dinero para estos proyectos, pero apoya con asesoramiento técnico para garantizar que los embalses carguen adecuadamente las fuentes de agua locales.
Todos almacenan agua durante la temporada de lluvias de noviembre a febrero, periodo que puede variar debido a los efectos del cambio climático. Durante la estación seca, el agua se filtra a través del suelo para recargar los ríos y acuíferos y abastece a los comuneros y las chacras, incluso a Huamanga. Magdalena señala que de alguna manera reemplazan a los glaciares.
Al recuperar las fuentes de agua naturales y los suelos, se mejoró la cobertura vegetal. Ahora hay pastos para la alimentación del ganado y ha aumentado la producción de alimentos para las familias, lo que favorece a las localidades quispillacctinas y al medio ambiente.
La crianza del agua, entonces, revalora el conocimiento y las tecnologías andinas tradicionales sobre el cuidado del líquido, rescata las sabidurías de crianza y prácticas agrícolas y, fortalece las capacidades adaptativas de las familias campesinas a fin de mejorar su contribución de cara a un mejor uso y conservación del agua. Es un enfoque de gestión intercultural de riesgos frente al cambio climático.
Implica también un vínculo entre la gestión tradicional y la gestión técnica (‘moderna’) del agua, lo que ha repercutido en la incorporación de conceptos, técnicas y conocimientos en cada una. Como consecuencia, el proyecto incorpora la crianza como enfoque transversal de intervención.
“Si hablamos de crianza de agua, es porque a esta se le concibe como un ser vivo y persona, con su propia cultura. Por tanto, nuestra definición del agua como persona está expresada desde la cosmovisión propia de los pobladores de la comunidad, para quienes la crianza del agua es una forma de vida, cultura y agricultura; donde entre las personas y el agua existe una mutua crianza”, resalta Magdalena.
La crianza del agua abarca la recuperación de técnicas ancestrales para la siembra y cosecha de agua, pero también debe integrar acciones desde la agricultura; por ejemplo, el abono del suelo para la retención de la humedad y la reforestación con especies con menor requerimiento hídrico, entre otros.
Beneficios
Los efectos de la crianza del agua de lluvia se visibilizan en la aparición de bofedales (humedales de altura) y puquiales (manantiales de agua) a partir de los cuales se favorece el entorno. Asimismo, se recuperan prácticas de manejo y conservación para mejorar la cobertura vegetal, la infiltración, la retención de la humedad y la reducción de la escorrentía.
Además, se ha incrementado la oferta hídrica local y se ha reducido la vulnerabilidad ante episodios climáticos adversos como la sequía, con mayor capacidad de respuesta (resiliencia) al cambio climático.
En un contexto de cambio climático y de agricultura, donde se prevé que los Andes tendrán serias limitaciones de disponibilidad de agua, almacenar la de lluvia es un aspecto fundamental para las comunidades campesinas, especialmente si para ello se emplean saberes locales y materiales de la zona; puesto que se traduce en una autonomía técnica y bajos costos de mantenimiento, garantizando su sostenibilidad.
“La crianza del agua, mediante la siembra y cosecha de agua de lluvia, es una experiencia que responde al problema de escasez. Estas lagunas artificiales permiten almacenar más de 2 millones de metros cúbicos de agua de lluvia. Otros impactos importantes son el incremento del caudal de puquiales y de fuentes superficiales. Los puquiales y bofedales generados constituyen nuevas fuentes de agua de uso diverso, como el mejoramiento de pastos y el consiguiente incremento de la producción pecuaria y de los ingresos económicos”, explica Marcela.
El reparto del líquido y mejor cuidado de infraestructuras del agua –añade-- reduce los conflictos entre familias y comunidades vecinas, y produce beneficios globales frente al cambio climático. Los impactos logrados por esta práctica son múltiples y en diversos aspectos ha generado beneficios directos a los pobladores de la comunidad por medio de la recuperación de los manantiales y el represamiento de agua en las lagunas construidas, logrando dotar del líquido a los campos y cultivos y cubriendo la demanda familiar en un 54% en periodos secos; reverdeciendo también las praderas y mejorando la producción de las plantas y la alimentación de animales y personas.
“Al recuperar las fuentes de agua, aplicar tecnologías (riego por aspersión) para el uso eficiente del agua e incorporar nuevos cultivos (diversidad), sumado a la racionalización en la crianza de animales, se logra minimizar los riesgos que ocasiona el cambio climático”, apunta la lideresa quechua.
Relaciones de horizontalidad
La labor de las hermanas Machaca está considerada dentro del capítulo género y cambio climático, pero ellas trabajan también con varones; de hecho, uno de sus hermanos, Gualberto, ha trabajado en ABA. Además, las Machaca recuerdan que en la cultura quechua no existen el varón y la mujer como individuos separados, sino como pareja, como un nudo de relaciones, una unidad en sí, núcleo indivisible de la vida comunitaria.
En la práctica, la siembra y cosecha de agua de lluvia es una actividad que promueve la equidad de género dada la participación activa de hombres y mujeres y, a su vez, promueve la inclusión social al considerar la participación de diversos grupos. No existe alguna división de labores por género.
“Existe género en el mundo más que humano: lluvias hembras y lluvias machos; vegetales hembras y machos; ríos hembras y ríos machos. El universo indígena está saturado de relaciones de género, existiendo entre ellos lo que se llama complementariedad y respeto”, señalan.
ABA enmarca sus acciones institucionales reconociendo y promoviendo las relaciones horizontales y equitativas entre el hombre y la naturaleza, entre hombres y mujeres y entre adultos y niños. “Nuestro principio es que en un mundo donde todas son personas equivalentes, el trato es de persona a persona. Este es el mundo de la conversación y del afecto, donde todos se empatan, se sintonizan y participan en la crianza. Ello nos permite cultivar relaciones horizontales y equitativas entre el hombre (ser humano) y la naturaleza, como también entre hombres y mujeres, adultos y niños”, explican Marcela, Magdalena y Gualberto.
Las relaciones de horizontalidad y equitativas entre hombres y mujeres en la cultura campesina andina van más allá del enfoque de equidad de género. “En la equidad de género planteado dentro del tema mujer y desarrollo subyacen otras formas de discriminación. La búsqueda de las relaciones de equidad entre el varón y la mujer enmascara a un individuo, ya que la lucha por las reivindicaciones es pertinente entre individuos en situaciones de desventaja y en conflicto; mientras, el amparo es pertinente en un mundo colectivo y sin ninguna pretensión más que respeto y cariño”, detallan.
En la vivencia de los quispillacctas, las mujeres no pretenden autoreconocerse y empoderarse, más bien el interés es reconocer todas las posibilidades de vida que enriquecen a un colectivo para un buen vivir.
En la crianza y acrecentamiento de la diversidad y variabilidad de las semillas, las mujeres desempeñan el papel central en la familia y comunidad. La mujer implica regeneración de la vida y es por eso que ocupa el lugar central en el acogimiento de una nueva semilla, en el almacenamiento, en el acceso al almacén y otras actividades que tienen relación directa con la regeneración. Ellas poseen un sentimiento especial y una mejor empatía con el estado de "ánimo" y "sensibilidades" de la madre semilla.
Cambio climático en los Andes
La disminución de la producción agrícola por el cambio climático en algunas zonas de los Andes ha provocado el incremento de procesos migratorios de muchas familias en búsqueda de mejores oportunidades. Si bien este proceso satisface sus necesidades de consumo, reduce la capacidad de mano de obra, lo que puede afectar negativamente las cosechas futuras en cuanto a cantidad y diversidad del consumo de alimentos.
Además, la diversidad de regiones agroclimáticas en los Andes, geografías desafiantes, economías en crecimiento, diversos sistemas de producción agrícola y tipologías en la agricultura, hacen que estas zonas sean más vulnerables al efecto del cambio climático, ya que parte de la población depende de esta actividad para su subsistencia.
Perú vive actualmente los efectos del fenómeno El Niño, que se evidenciarán durante los siguientes meses con lluvias en el norte y la costa del país y sequías en algunas regiones del sur andino, según los pronósticos del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi).
Magdalena reconoce que El Niño se presenta cada vez más intenso. Sabe que la escasez de lluvia, debido al cambio climático, afectará las actividades económicas en esta región, así como las actividades agrícolas y ganaderas. “El cambio climático es una realidad en Ayacucho. Las precipitaciones son menores y suceden en cualquier momento”, dice.
Según la Autoridad Nacional del Agua, Perú es el octavo país con mayor cantidad de agua en el mundo (aproximadamente el 1,89% del agua superficial); sin embargo, la temporalidad de su régimen hídrico, la mala distribución (solo el 7% tiene uso poblacional, mientras que el 86% tiene uso agrícola) y otros problemas derivados del mal uso del recurso, configuran una situación desfavorable para las necesidades hídricas del país.
Por su parte, el Banco Mundial presentó recientemente un informe que resalta el hecho de que en el Perú la mitad de la población carece de acceso a agua de calidad con continuidad en su vivienda y solo el 43% cuenta con saneamiento gestionado de manera segura.
El cambio climático reducirá aún más la disponibilidad de agua, amenazando el crecimiento económico, el desarrollo y la estabilidad. Las sequías, inundaciones y deslizamientos de tierras asociados con lluvias torrenciales, la contaminación de las aguas y la falta de acceso a estas, así como a saneamiento seguro, le cuesta al Perú entre USD 8.400 millones y USD 13.400 millones al año.
Como ocurre en Quispillaccta, el acceso al agua para un riego eficiente contribuye a reducir la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria, los ingresos agrícolas y la resiliencia al cambio climático.
Legado
La experiencia ha inspirado la creación en el Perú del Programa Nacional Sierra Azul, lanzado en Ayacucho en el 2016 y cuyo objetivo es incrementar la seguridad hídrica agraria empleando la siembra y cosecha del agua de las áreas agrícolas altoandinas.
Otras partes de América Latina podrían aprender de la experiencia de Ayacucho con la conservación del agua. De hecho, en Guanacaste, región del noroeste de Costa Rica que sufre sequías regularmente, han contado con la asesoría de las hermanas Machaca y ya han construido embalses. Guatemala también está interesada en seguir los pasos. Al cierre de este reportaje, las ayacuchanas estaban por segunda vez en ese país capacitando a mujeres y varones.
En diversas regiones altoandinas del Perú cada vez más se habla y practica la siembra y cosecha de agua, aun cuando desconocen que son las Machaca quienes acuñaron el término.
La Asociación Bartolomé Aripaylla contribuye con soluciones exitosas y sostenibles para mitigar los efectos del cambio climático y responder a la necesidad de agua en la región Ayacucho. Es un ejemplo de buena práctica que significa trabajo, voluntad y una estrecha relación con la naturaleza.