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En Venezuela el agua no siempre significa vida

Fecha de publicación en Latinclima
Autor: Nilsa Gulfo
Región: Suramérica
Año de publicación:: 2018
Nilsa Gulfo
Uso con crédito de autor personal

El sol abrazador de mediados de julio sacó de sus casas temprano a los habitantes de Ciudad Guayana, una urbe ubicada en el estado Bolívar, al sur de Venezuela. La idea era salir a la calle para manifestar por la falta de agua. Meses sin el vital líquido colmaron la paciencia de sus pobladores. Esta ciudad, como muy pocas en el país, nació de una planificación concebida por expertos  urbanistas y no de la movilidad anárquica que se observa en las principales metrópolis  importantes de Venezuela.

Este buen ejemplo de planificación urbana tiene su razón de ser, si se toma en consideración que el país colocó sus mejores esperanzas económicas en esa región. Hierro, energía hidroeléctrica, oro, diamante y otras bondades hacían una excelente combinación con las centrales hidroeléctricas de Macagua y Guri, las cuales  aportan el total de la electricidad comercial generada en Guayana y el 72% del consumo nacional.

En ese mismo escenario, se le dio visibilidad nacional e internacional a una situación que es común en gran parte del país: problemas con el suministro de agua potable. Una protesta mañanera, planificada por vecinos de Ciudad Guayana, culminó con la muerte de un adolescente de 13 años de edad a manos de un funcionario policial. A decir de la ONG “Observatorio Venezolano de Conflictividad Social”, las protestas por los servicios básicos como agua y electricidad se han multiplicado en todo el país. Un informe publicado en Twitter por esta organización, da cuenta de unas 5 mil 300 protestas registradas en el país durante el primer semestre de 2018, lo que significa un promedio de 30 manifestaciones diarias. Esa misma ONG asegura que se han contabilizado 12 muertes entre enero y junio de este año en medio de protestas relacionadas con servicios públicos.

Desde hace aproximadamente una década, Venezuela ha venido experimentando el deterioro en el servicio de agua, que ha hecho merma en la calidad de vida del venezolano. Ciudades tan importantes como Valencia, Maracaibo, Barquisimeto y Maracay, entre otras, pasan semanas sin que aparezca una gota de agua. La necesidad se cubre, en algunos casos, con los llamados “cisternas”, unos camiones provistos de tanques de agua que surten a las comunidades. No obstante, el tema tuvo una notable difusión en la prensa nacional e internacional cuando el turno de la escasez le tocó a Caracas, la capital de la nación. En sectores no tan populares empezaron las fallas y las protestas callejeras no se hicieron esperar. En lo que va de 2018, centenares de manifestaciones se han movilizado en la capital para exigir respuestas sobre la situación, respuestas que no llegan del lado de la oficialidad. 

Crisis a fuego lento

En julio de 2008, la encuestadora Hinterlaces, publicó un estudio donde el uso y abuso del servicio de agua por parte de los ciudadanos era notorio. Los resultados de dicha investigación indicaban que el consumo de agua promedio por habitante superaba los 400 litros diarios por persona, a pesar de que la Organización de Naciones Unidas (ONU) establece que con 180 litros es suficiente. Eso era en el 2008, pero la realidad  diez años después habla de otro panorama que dibuja un país sometido a una crisis a la que muchos especialistas no le ven salida a mediano ni corto plazo. El presidente  de la Comisión de Ambiente de la Asamblea Nacional, Luis Parra, declaró en rueda de prensa que no había una política de reforestación de las cuencas hidrográficas ubicadas en los parques nacionales, los cuales proveen más del 80% del recurso agua en el país. En la actualidad, Venezuela cuenta con 108 embalses, los cuales, a criterio de los expertos, son insuficientes para la demanda de agua potable existente.

Otro dato que aportó el diputado Parra fue  que las plantas potabilizadoras de agua están en su mayoría desmanteladas por falta de inversión, de mantenimiento, de una política de reinversión en la ingeniera y  de un manejo inadecuado por parte del personal. Este personal, del cual habla Parra, se ha visto mermado por la diáspora venezolana, la cual ha afectado no sólo a la empresa hidrológica sino a otros organismos gubernamentales, incluyendo a Petróleos  de Venezuela (PDVSA), la industria más importante de Venezuela. De acuerdo con un informe presentado por el presidente  de la comisión de Asuntos Consulares y Migratorios de la Asamblea Nacional, José Gregorio Correa, unos 3 millones de venezolanos están fuera del país, producto de esa diáspora.

Lo irónico del asunto es que Venezuela es un país privilegiado por la naturaleza cuando de agua se trata. Está en el puesto número  13 como  productor de agua en el mundo y el sexto  en América, con lo que, en opinión de los conocedores, no existe justificación alguna para que el territorio esté pasando por las calamidades. Pero el problema del agua no viene solo y no se trata únicamente  de suministro, sino de la calidad de lo que se está consumiendo.

Gremios profesionales de salud y hasta el propio gobierno han tenido que aceptar que las enfermedades gastrointestinales y otras patologías relacionadas con el consumo de agua se han incrementado en el país de forma notable. Un extenso trabajo publicado en el periódico digital  www.elestimulo.com  titulado: Porqué el agua se convirtió en un problema de salud pública, se desglosan los pormenores y el camino que se ha recorrido para que enfermedades como la amibiasis, la escabiosis y otras molestias abarroten las emergencias hospitalarias. Una entrevista a la médico gastroenteróloga y miembro de la Sociedad Venezolana de Gastroenterología, Roraima Valero, arroja datos alarmantes, puesto que su consulta en Caracas se convirtió en termómetro para medir la gravedad de la situación. De acuerdo con su versión, al menos 8 de cada diez pacientes que asisten con dolor o molestias gastrointestinales, están contaminados con Helicobacter Pylori, una bacteria que se aloja en el agua y produce enfermedades como la gastritis y la duodenitis, además de úlceras.

En otro trabajo periodístico publicado por www.diariolasamericas.com, varios especialistas relacionan directamente  las enfermedades con la calidad del agua que consumen los venezolanos. “Siguiendo el parámetro de enfermedades asociadas a la pobreza, se encuentra la escabiosis, conocida popularmente como sarna. Es una dolencia cutánea producida por el ácaro sarcoptes scabiei, asociadao con la ausencia de agua y la mala higiene corporal, y que hoy está presente en al menos seis Estados del país - Anzoátegui, Carabobo, Distrito Capital, Miranda, Táchira y Lara- de acuerdo con los Departamentos del Servicio de Medicina Tropical y Enfermedades Endémicas de estos Estados, que estiman que el 20% de la población de ese rango geográfico estaría padeciendo la enfermedad, lo que empeora ante la escasez de medicamentos y agua potable en sus comunidades”, explicó el reportaje difundido en el medio de comunicación.

Un alto funcionario de la hidrológica de Mérida, ciudad ubicada en los andes venezolanos, quien pidió mantener su nombre en anonimato, corroboró que efectivamente el agua que están consumiendo los venezolanos tienen altas deficiencias en su proceso de potabilización que afectan gravemente la calidad físico-química y bacteriológica del agua para consumo humano. La misma fuente explicó que en el país aún se encuentran los componentes químicos para potabilizar el agua en los acueductos (sulfato de aluminio para clarificar el agua e hipoclorito de calcio para potabilizar). Sin embargo, los precios exceden los presupuestos de las empresas encargadas del servicio, haciendo imposible su adquisición. “Generalmente  se aplican muy esporádicamente estos componentes en la potabilización del agua”, aseguró el funcionario.

¿Compromiso engavetado?

Venezuela, al igual que la mayoría de los países del planeta, mantiene el  compromiso de garantizar la disponibilidad de agua, así como el saneamiento del vital líquido. Varios tratados internacionales así lo reflejan. Sin embargo, en septiembre de 2015 durante la Cumbre del Desarrollo Sostenible se aprueba uno de los documentos de trabajo más importante para los gobiernos, cuya agenda  estará vigente hasta el 2030. Se trata de  los 17 objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que busca alcanzar y ampliar  las metas no cumplidas  en los Objetivos  de Desarrollo del Milenio (ODM), establecidos hasta el 2015.

Uno de esos 17 objetivos coloca al agua como centro del desarrollo. De acuerdo con el objetivo número 6: agua limpia y saneamiento,  los ciudadanos deberían gozar de un  servicio de agua libre de impurezas y accesible. Ese debería ser el norte, sobre todo en un planeta con suficiente agua dulce.  El problema se agrava cuando la repartición del vital líquido es tan desproporcionada y echa por la borda la calidad de vida de quienes sufren la escasez, como el caso venezolano.

Según las Naciones Unidas, para el 2050 al menos 1 de cada 4 personas vivirá en un país afectado por una crónica y recurrente escasez de agua fresca. Esa penuria en los recursos hídricos, amén del saneamiento, repercute de plano en la seguridad alimentaria y en los medios de subsistencia de las comunidades expuestas a estos riesgos. Muchos países han estado tomando medidas al respecto, pues las causas varían de acuerdo con cada zona. El cambio climático, sin duda alguna, tiene un peso importante en el futuro incierto sobre el consumo de agua potable.

Las memorias de las VI Jornadas Ambientales, realizadas por la Universidad Católica Andrés Bello a finales del año pasado, dan cuenta del desinterés que tiene el país en el tema del cambio climático.  El llamado unánime de los expertos asistentes a la actividad fue que el país debe implementar un plan nacional para minimizar la emisión de gases de efecto invernadero. Una de las voces que destacó en el escenario mediático fue la de la experta Alicia Villamizar, integrante del Departamento de Estudios Ambientales de la Universidad Simón Bolívar y también  co-ganadora del Nobel de la Paz en 2007 como integrante del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC).

Los datos mostrados por la experta indican que la cantidad anual de lluvias en el país se reducirá entre 5% y 25%  para el año 2060, el nivel del mar se incrementará en, por lo menos, un metro y habrá disminuido la cobertura de nieve de la Cordillera de Los Andes; todo ello –según la investigadora- como consecuencia del aumento en la temperatura en la atmósfera. “Esto tiene graves implicaciones. Por un lado se espera que se acentúen las áreas de desertificación en el país, que se den problemas de calidad y cantidad de agua disponible en los embalses, aumenten los problemas de saneamiento y dotación de agua potable, exista un repunte de los vectores transmisores de enfermedades y disminuya la disponibilidad alimentaria en rubros como café, cambures y plátanos, entre otros”, acotó la experta durante su intervención

Lo cierto del caso es que Venezuela tiene varias deudas pendientes antes de lograr cumplir con el objetivo 6 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pues siguen en tela de juicio todas las gestiones y disposiciones para calificar de positivo los esfuerzos para logar un óptimo servicio de agua potable. A pesar de los recursos naturales con los que cuenta la nación, no hay muestra de que este servicio público tan vital para el ser humano mejore a corto o mediano plazo. Las estadísticas en el país no son favorables ni esperanzadoras, pues cada vez que la falta de agua potable y las enfermedades ligadas a esa crisis tocan la puerta de las familias, hay más convencimiento de que no siempre el agua significa vida, todo lo contrario.

*La autoria es periodista venezolana. Magister en Gestión de Riesgos Socionaturales y ganadora del Primer Lugar del Concurso del Curso sobre ODS, Agua y Cambio Climático, organizado por GWP y LatinClima, con apoyo del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), Earth Journalism Network, el Ministerio de Ambiente y Energía de Costa Rica y el Programa Arauclima de la Cooperación Española de Cooperación (Aecid).  

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