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El Silky: la pasión que logró contener la pesca ilegal de tiburones en el Santuario de Flora y Fauna de Malpelo

La mala hora para los pescadores ilegales que llegaban a la isla de Malpelo en busca de tiburones y sus aletas empezó a mediados del 2015, cuando sin saberlo descargaron una lluvia de anzuelos sobre un grupo de extranjeros sumergido en uno de los lugares más maravillosos del mundo.
Quien guiaba a los turistas en esa inmersión era Erika López, una experimentada buzo colombiana que trabajaba en isla Coiba, en Panamá, en una embarcación de ecoturismo que llevaba a los excursionistas hasta el Santuario de Flora y Fauna de Malpelo, una roca ubicada a unos 500 kilómetros de la plataforma continental sobre el Pacífico colombiano.
“Eso me molestó mucho y les dije: ‘se acabó el buceo; vámonos porque entraron los pescadores’. Cuando salgo del agua, un muchacho joven se me acerca y me dice, ‘¿qué es lo que está pasando? ¿Por qué no hay quién proteja? ¿Por qué no está la autoridad?’, le dije que ‘el problema es que la autoridad no tiene dónde hacerse, la isla no es asequible; no hay dónde poner un barco y cuesta mucho dinero tener aquí todo el año un barco de la Armada Nacional”, recuerda Érika.
“Entonces me preguntó, ¿qué se requiere? Le dije: ‘aquí se requiere es un barco que todo el tiempo esté haciendo la labor de disuasión de la pesca. Así no puedas procesarlos, puedes disuadirlos porque les quitas las artes de pesca y que trabaje con Parques Naturales que es la autoridad en el área’. Y él me responde: “Yo te lo regalo”. Me quedé asombrada, pero le creí“.
Durante el siguiente año permanecieron en contacto telefónico alimentando el sueño, a veces quijotesco, de enfrentar juntos las 50 o 60 embarcaciones que podían llegar en un solo día desde Ecuador y Costa Rica para sacrificar tiburones y capturar otras especies protegidas.
Ese joven filántropo de 27 años de edad y estudiante de derecho internacional en una universidad de Australia era Jacob Stanley Griffiths, nacido en Islas Mauricio, apasionado por los tiburones y criado en una familia de ambientalistas que apoya iniciativas de protección en varios lugares del mundo.
Pero si era sorprendente que un muchacho que reside a miles de kilómetros de Colombia estuviera dispuesto a donar una embarcación para que la autoridad pudiera hacer su labor de proteger la reserva natural, más irreal aún lo era su anuncio de que vitaliciamente estaría financiando este proyecto que para entonces no era más que una idea plasmada en un papel.
Así se lo hizo saber a los comandantes de la Armada Nacional, las directivas de Parques Nacionales Naturales de Colombia y la directora de la Fundación Malpelo en las reuniones a las que asistió con su coequipera, Érika López, tras su regreso a Colombia para ponerse al frente del proyecto.
Esa promesa estaba a punto de convertirse en la más exitosa muestra de todo lo que es posible lograr cuando los sectores público y privado, sin protagonismos ni egos, se juntan en un propósito superior como era proteger el santuario de Malpelo, ubicado en el llamado Corredor Marino del Pacífico.
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“Me había tomado un tiempo fuera de la universidad y quise viajar por el mundo para bucear con tiburones. Le pregunté a un amigo de mi padre que tenía una tienda de buceo en Mauricio, cuáles eran los mejores lugares para bucear con grandes cardúmenes porque en mi país ya habían sido sobreexplotados. Entonces viajé a Indonesia y Malasia, para buscar tiburones”, relata Jacob Stanley Griffiths, donante de la embarcación que hace frente a la pesca ilegal en Malpelo.
Fui a una isla llamada Sipadán, continúa su relato, “que según me había dicho el amigo de mi padre era un lugar donde al bucear se podían ver cardúmenes de 50 o 100 tiburones martillo y no vi ninguno. En el 2014 decidí, tras investigar en internet, ir a Malpelo y a la isla del Coco. Nunca olvidaré mi primer día buceando en Malpelo, viendo un gran cardumen de tiburones martillo. Exactamente lo que había ido a buscar”.
Sin embargo, el capitán de la embarcación que los llevó a la isla se disculpó con los buzos extranjeros advirtiendo que era el peor viaje que habían tenido a Malpelo porque fueron muy pocos los tiburones que lograron ver; que normalmente en la isla las escuelas de tiburones son muy superiores a eso, pero para Jacob era lo más maravilloso que había visto bajo el agua.
“Me propuse regresar al año siguiente para ver si era cierto o si el capitán del barco exageraba. Volví en 2015 y tenía razón; ahí estaban los grandes cardúmenes de martillos, los grandes cardúmenes de tiburones sedosos y fue simplemente increíble. Pero en el 2014 no había visto barcos de pesca ilegal; los había visto en la Isla del Coco, ya en el 2015 había en Malpelo tantos tiburones como barcos ilegales por todas partes”.
“Recuerdo salir de uno de los buceos más impresionantes de mi vida en Malpelo, y estábamos sentados sobre la roca, y debajo de nosotros pasaban ríos de tiburones martillo, cientos y cientos cruzando sin cesar; sobre nosotros giraban cientos de tiburones sedosos. Al volver al bote, le pregunté a Erika López, que era nuestra guía, ¿qué podemos hacer para proteger Malpelo? El sitio más asombroso del mundo”.
“Cada día veíamos impotentes dos, tres, cuatro barcos ilegales entrando, poniendo palangres y levantándolos. Fue entonces cuando decidimos que teníamos que hacer lo que estuviera en nuestras manos para proteger ese lugar increíble”, recuerda Jacob sobre el diálogo con Érika minutos antes de su promesa de donar una embarcación que protegiera la isla rocosa.
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Los meses pasaron y mientras las faenas dantescas continuaban en la isla de Malpelo y buzos seguían encontrando tiburones mutilados agonizando en el fondo del océano, Jacob y Érika ultimaban detalles para estructurar un modelo acorde a las necesidades y posibilidades de hábitat al lado de la roca.
“En ese momento teníamos la idea, pero no sabíamos qué gente iba ir a vivir al barco, qué tipo de embarcación, cómo lo íbamos a manejar, cómo se iba a llevar el combustible desde Buenaventura a 490 kilómetros hasta la isla”, cuenta Érika.
La manera de poner la embarcación al servicio y la autoridad de Parques Nacionales fue creando la Fundación Biodiversity Conservation Colombia. “Entonces hicimos una alianza en la que Parques ponía sus funcionarios en el barco y nosotros poníamos el barco, la tripulación, la alimentación y todo lo que cuesta el mantenimiento de la embarcación”, explica.
Las épocas en las que enormes cuerdas sostenidas de flotadores colgaban como tendederos de ropa con anzuelos y trampas sobre el mar, instalados por lanchas llegadas de Ecuador al área protegida para cazar tiburones, tenían las horas contadas.
También estaba cerca el fin de la incursión de grandes barcos llegados de Costa Rica que literalmente barrían el lecho marino con la modalidad de pesca de arrastre, una práctica depredadora con la que extraían en bolsas gigantescas todo lo que encontraban a su paso en el fondo del océano.
Superadas todas las etapas legales, el 10 de mayo del 2018 las directivas de Parques Nacionales Naturales de Colombia anunciaban en un escueto comunicado la llegada del Silky a Colombia. Un catamarán a vela donado por Jacob con las condiciones técnicas propicias para permanecer durante largos periodos custodiando la isla; con páneles solares, desalinizadoras pequeñas y con bajo consumo de combustible. El sueño de Érika era una realidad.
Adjunto al catamarán, un zódiac o barco más pequeño con nombre de estrella de rock, pero que en realidad rendía homenaje a Rob Stewart, un conservacionista canadiense que falleció antes de llegar a conocer el trabajo que el Silky realizaba por salvar el equilibrio natural en Malpelo.
Si bien los primeros tres años del Silky fue una prueba de ensayo-error, hoy el catamarán funciona como un reloj suizo. Solo sale de Malpelo durante 20 días en el año para labores de mantenimiento, tiempo durante el cual se coordina con la Armada de Colombia el relevo para que un barco militar llegue a garantizar la protección de las especies marinas.
También ha sido crucial en el andamiaje exitoso del Silky la alianza con Parques Nacionales, que además de tener un funcionario permanentemente en la embarcación, aporta los recursos para el mantenimiento del catamarán y el combustible, mientras la alianza con la empresa de turismo Colombia Dive Adventures permite transportar el combustible, los víveres para la tripulación del Silky y hacer el relevo del personal, garantizando que el catamarán no necesite salir del área de la isla.
“El reto más grande era que hubiera apoyo logístico de los barcos ecoturísticos que salen de Buenaventura; que tuviéramos el apoyo de Parques Nacionales porque son ellos los administradores del santuario para que todo lo que hiciéramos tuviera legitimidad; porque tú no puedes hacer vigilancia y control como persona natural”, señala Érika.
Producto de esa confabulación positiva, es que luego de siete años en la Isla han quedado en el pasado los días en los que eran vistas más de 25 embarcaciones realizando pesca ilegal y aleteo, y en los últimos meses se redujo a cero la presencia de lanchas intentando depredar la riqueza natural de Malpelo.
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Érika y Jacob conformaron el tándem perfecto; junto a un pequeño grupo de tripulantes y un funcionario de Parques Nacionales lograron en la isla lo que no han podido ejércitos en otros lugares del mundo: espantar la pesca criminal y hacer de Malpelo la zona de reserva natural que consta en documentos.
La tripulación del Silky
Como duendes traviesos, atacan las artes de pesca de los ilegales dentro y fuera del agua, cortan cuerdas, retiran anzuelos, incautan flotadores y liberaban a los animales atrapados en los palangres. Un fenómeno que no se explican muchos de los tripulantes de embarcaciones que regresan a puerto con sus neveras cargadas de pérdidas y frustraciones.
“Tan pronto ven que viene el bote nuestro, se van. Y si han dejado las líneas, si han dejado los palangres en el agua, ¿qué va a pasar? Inmediatamente llegamos a cortarlas, a liberar las especies que han caído y les quitamos las artes de pesca. Entonces, es ese el éxito del Silky. Y en el peor de los casos pueden perder el bote porque si la Armada Nacional está cerca, los amarra, los llevan a tierra y se van a para se van para la cárcel", detalla Érika López.
Antes del Silky, las cifras en Malpelo eran desalentadoras. En mayo del 2011 la entonces alta consejera presidencial para la Biodiversidad de Colombia, Sandra Bessudo, directora de la Fundación Malpelo, denunció la matanza de unos dos mil tiburones a manos de tripulantes de embarcaciones llegadas de Costa Rica que les cortaron las aletas y los lanzaron de nuevo al agua.
“El aleteo es una práctica de canibalismo; es una locura. No necesariamente porque no pesquen en Malpelo, no significa que no van a pescar en otros sitios porque la realidad hoy es que un alto porcentaje de los tiburones del mundo ha desaparecido y si seguimos a ese ritmo nos vamos a quedar sin océanos”, advierte la Directora Ejecutiva de la Fundación Biodiversity Conservation Colombia.
Entre el 2011 y mayo del 2018, cuando el Silky empezó a operar, la Armada Nacional retuvo y trasladó a Colombia 19 embarcaciones que ingresaron desde Costa Rica y Ecuador a hacer aleteo, a las que les incautaron alrededor de 200 tiburones, en su mayoría de las especies martillo, tinto, aletiblancos y el tiburón sedoso, de cuya especie se bautizó el catamarán como el Silky (por su nombre en inglés).
Para entonces el Gobierno colombiano trataba de evitar la pesca con dos embarcaciones de la Armada, pero por las condiciones del país, llegaban esporádicamente a la isla. La prioridad era la lucha contra el narcotráfico, no la pesca de tiburones.
Con el transcurrir de los días, la tripulación del Silky aprendió a hacer frente a las diferentes modalidades de pesca ilegal de las embarcaciones de Ecuador y Costa Rica, en su mayoría.
Con el palangre suspendido a cierta altura bajo el agua lo que hacen las embarcaciones ecuatorianas es ir por la pesca oceánica, por los tiburones. Con la pesca de arrastre lo que hacen los costarricenses es depredar el fondo del mar.
Cientos de miles de tiburones han dejado de ser pescados en Malpelo, según los cálculos más conservadores. Hoy a la isla, dice orgullosamente Érika López, “no le cabe un tiburón más”, gracias a que en la superficie flota un ángel que espera que ese modelo se repita en otros lugares del mundo.
“Lo que estamos tratando de hacer ahora con las campañas que vamos a hacer en Singapur, que volveremos este año como panelistas, y en Uzbekistán que esperamos poder hacer presencia para apoyar a los tiburones ballena. Porque se ha creado un estigma de que los tiburones son peligrosos y no es cierto, pero la gente no protege lo que no conoce”, dice Erika.
“Nosotros no nos detenemos; yo creo que como apareció el Silky pueden aparecer 200 más. Solo es cuestión de seguir trabajando porque siempre hay alguien mirando y siempre hay alguien dispuesto a ayudar”, concluye la buzo que ha recibido varios premios por su trabajo de convertir a Malpelo en el que es quizá el último rincón del mundo donde los tiburones se sienten en aguas seguras.
*Esta información fue publicada gracias al apoyo de la iniciativa: Desafíos y oportunidades de conservación en el Corredor Marino del Pacífico Oriental Tropical (CMAR) de LatinClima, MarViva y el Centro Científico Tropical, con el apoyo de la Earth Journalism Network y la colaboración del CMAR.